viernes, 10 de agosto de 2018

La necesidad de la democracia representativa es el mejor argumento en favor del Estado tradicional.

La necesidad de la democracia representativa, que hace posible que un gran número de personas vivan juntas con cierto grado de acuerdo al tiempo que conservan en alguna medida el control sobre su destino colectivo,es el mejor argumento en favor del Estado tradicional. De hecho, los dos están destinados a vivir o a morir juntos. Siempre habrá que tomar decisiones políticas porque la política, como actividad antitética, es la forma adecuada para expresar las diferentes preferencias colectivas en las sociedades abiertas. Y como el estado es el único foro en el que se puede practicar la política, algo que se hace evidente en cuanto contemplamos las alternativas, es imprudente además de irrealista tratar de reducir o soslayar al Estado. 


Porque el libre flujo del capital amenaza a la autoridad soberana de los estados democráticos hemos de reforzarlos, dice Tony Judt, no rendirlos al canto de sirena de
Tony Judt
los mercados internacionales, la sociedad global o las comunidades transnacionales. Por eso a muchos les parece erróneo el proyecto europeo, y por eso sería erróneo dejar la iniciativa política a las fuerzas del mercado global. Lo mismo que la democracia política es todo lo que media entre los individuos aislados y un Gobierno excesivamente poderoso, el Estado regulador, de bienestar, es todo lo que media entre sus ciudadanos y las impredecibles fuerzas del cambio económico. Lejos de ser un impedimento para el progreso, el Estado recalcitrante que encarna las expectativas y exigencias de su ciudadanía es la única salvaguarda del progreso hasta la fecha. Todas las conquistas de la legislación social sobre las condiciones y jornadas de trabajo, la educación, la difusión de la cultura, la protección de la salud y del medio ambiente, los seguros para la vejez, el desempleo y la pérdida del hogar, así como una limitada redistribución de la riqueza… todas son vulnerables y contingentes políticamente. No hay ninguna ley histórica que diga que un día no vayan a perderse. Pues con los avances sociales ocurre lo mismo que con las libertades políticas, constantemente hemos de detener las amenazas a lo que se ha logrado, y no suponer que esas conquistas son una parte segura de una herencia intocable.

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