miércoles, 1 de agosto de 2018

Cleopatra.

Busto de Cleopatra 
Cleopatra, contra lo que dice la versión popular moderna, era de Macedonia y griega de origen, de inteligencia notable, poliglota capaz de tratar con extranjeros por sí sola, versada en literatura y filosofía, perspicaz en lo referente a la administración y de una voluntad imperiosa que imponía sin piedad. No la obsesionaba la pasión del amor, que empleaba como un medio, sino la pasión del poder, por mediación del cual esperaba lograr su ideal. De los sucesores de Alejandro, tan sólo ella seguía con su sueño de la fusión del Occidente con el Oriente y de la unidad de la humanidad. Su audaz plan consistía en utilizar un ejército romano para sojuzgar a Roma y después, como emperatriz, divina y suprema, gobernar el mundo. El grado de su influencia y habilidad puede apreciarse considerando la destreza y la propaganda requeridas para atraer a su causa a generales de la antigua tradición y a legionarios de origen occidental. Los partidarios de Octavio, para inflamar el odio de Occidente, solían describir a Cleopatra como una tirana egipcia, personificación divina de los dioses animales del Nilo, y hundida en todas las depravaciones orientales; pero sus jefes sabían la verdad y no la menospreciaban. Los romanos podían a veces odiar a sus enemigos; pero cuando hablan de Aníbal y de Cleopatra se sienten arrastrados por un odio especial, un odio no exento de temor, explica Reginald H. Barrow en su libro Los Romanos.

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