domingo, 5 de agosto de 2018

El verbo que era preciso destruir se quemó con la sotana.

Torrelameu
El sacerdote Antoni Mateu, hijo de Juneda, provincia de Tarragona, era un párroco joven. En julio de 1936 ejercía su ministerio en Torrelameu. Durante los primeros días de la revolución, los miembros del “comité republicano” quemaron la iglesia y profanaron las tumbas del cementerio. 


A finales de julio, los milicianos fueron a detener a mosén Mateu. No hubo escenas de tortura. Sólo procedieron a escenificar un cuadro singular. Antes de trasladarle al lugar
del crimen, le obligaron a quitarse la sotana y la quemaron delante de todos los vecinos congregados expresamente en la plaza del pueblo. Matando al sacerdote sólo conseguían matar a la persona, con la destrucción pública de la sotana abolían todo lo que representaba, un modelo social, una doctrina religiosa, la idea de un poder trascendente. No existió engaño ni camuflaje. No buscaban armas, ni que pisoteara un crucifijo. No forzaron que apostatara ni lo sometieron a tortura. Lo convirtieron en la víctima anónima ideal. El verbo que era preciso destruir se quemó con la sotana públicamente, bajo el fuego purificador.

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