jueves, 9 de agosto de 2018

Colaboratismo.

Escribe el sociólogo y economista Jeremy Rifkin que en la nueva era que está por llegar, el capitalismo y el socialismo, que hasta ahora han dominado la sociedad, irán perdiendo poder a medida que las nuevas generaciones se identifiquen

con lo que se empieza a llamar colaboratismo. Los jóvenes colaboratistas de hoy se quedan con las virtudes del capitalismo y el socialismo pero rechazan la naturaleza centralizadora del libre mercado y del Estado burocrático. Por su naturaleza distribuida e interconectada, el Internet de las cosas refuerza la participación empresarial individual en proporción directa a la diversidad y la fuerza de las relaciones colaborativas en la economía social. Y ello sucede porque la democratización de la comunicación, la energía y la logística “empodera” personalmente a miles de millones de personas. Pero este empoderamiento solo se puede lograr mediante la participación en redes entre iguales que estén avaladas por capital social. Está llegando a la mayoría de edad una nueva generación que basa su iniciativa empresarial en una mayor integración en la sociedad. No es de extrañar que los miembros más destacados de la llamada Generación Y se consideren empresarios sociales porque, para ellos, la expresión emprendedor social es más una tautología que un oxímoron. Ya hay centenares de millones de personas que traspasan aspectos de su vida económica de los mercados capitalistas al procomún colaborativo mundial. Los prosumidores no solo crean y comparten en el procomún colaborativo información, entretenimiento, energía verde, productos impresos en 3D o cursos por Internet, todo ello con un coste marginal cercano a cero, sino que también comparten con un coste marginal muy bajo o casi nulo vehículos, viviendas, prendas de vestir y muchas cosas más mediante redes sociales, clubes de redistribución, cooperativas y sistemas de alquiler. Cada vez son más las personas que colaboran
Jeremy Rifkin
en redes de asistencia sanitaria centradas en el paciente para mejorar los diagnósticos y hallar nuevos tratamientos, también con un coste marginal casi nulo. Y en esta nueva economía, jóvenes empresarios sociales crean empresas con conciencia ecológica, usan el micromecenazgo para crear empresas nuevas y hasta crean monedas sociales alternativas. El resultado es que el valor de intercambio en el mercado está siendo reemplazado por el valor de compartición en el procomún colaborativo. Cuando los prosumidores comparten sus bienes y servicios en el procomún, las reglas que rigen la economía de mercado basada en el intercambio pierden importancia para la vida de la sociedad.


Crece el número de consumidores que prefieren acceder a ciertos bienes antes que tenerlos en propiedad y deciden pagar únicamente por el tiempo que utilizan un automóvil, una bicicleta, un juguete, una herramienta o cualquier otra cosa, lo que también se traduce en una bajada del PIB. Además, a medida que la automatización, la robótica y la inteligencia artificial sustituyen a decenas de millones de trabajadores, la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores también repercute negativamente en el PIB. Y cuanto más crece el número de prosumidores, más actividad económica pasa de la economía de intercambio en
el mercado a la economía del compartir en el procomún colaborativo con la correspondiente contracción del crecimiento del PIB. El estancamiento económico puede deberse a muchos otros factores, pero el hecho es que se está dando un cambio más profundo que puede explicar en parte esta atonía, la lenta retirada del sistema capitalista frente al auge de un procomún colaborativo donde el bienestar económico se mide más por el capital social que por el capital de mercado. La reducción constante del PIB en los próximos años será cada vez más atribuible al avance de un paradigma económico nuevo y vigoroso que mide el valor económico con unos parámetros totalmente diferentes.

Es probable que en los próximos decenios el papel del PIB como indicador de la economía se reduzca a medida que la economía basada en el intercambio en el mercado pierda peso. Y es probable que a mediados de este siglo la calidad de vida en el procomún colaborativo sea el parámetro principal con el que medir el bienestar económico de los distintos países.



Al prescindir prácticamente de todos los intermediarios que incrementan los costes de transacción en cada eslabón de la cadena de valor, las empresas pequeñas y medianas, sobre todo cooperativas y otras empresas sin ánimo de lucro, y miles de millones de prosumidores pueden compartir sus bienes y servicios en el procomún colaborativo con un coste marginal casi nulo. Esta reducción de los costes fijos y marginales rebaja drásticamente el coste inicial de crear empresas en redes distribuidas entre iguales. A su vez, esta reducción de los costes iniciales anima a más personas a crear empresas y a colaborar en el procomún generando y compartiendo información, energía y productos y servicios.

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