miércoles, 10 de octubre de 2018

No es una Utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos.

Robert Owen
Los cimientos de lo que hoy llamamos civilización los establecieron hace mucho tiempo soñadores que siguieron el ritmo de su propia orquesta, afirma el historiador holandés Rutger Bregman. Bartolomé de las Casas (1484-1566) defendía la igualdad entre colonizadores y nativos de América e intentó fundar una colonia en la que todos gozaran de una vida confortable. El empresario Robert Owen (1771-1858) abogó por la emancipación de los trabajadores ingleses y dirigió una próspera algodonera donde se pagaba un salario justo a los empleados y se prohibía el castigo corporal. Y el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) creía que las mujeres y los hombres eran iguales. 

Esperanza de algo mejor.

Una cosa está clara, dice Bregman, sin todos esos soñadores de todas las épocas, todavía pasaríamos hambre y seríamos pobres, sucios, temerosos, ignorantes, enfermizos y feos. Sin utopía, estamos perdidos. No es que el presente sea malo, al contrario. Sin embargo, si no albergamos la esperanza de algo mejor, se vuelve sombrío. 

Para ser feliz, el hombre necesita no sólo el disfrute de esto o lo otro, sino esperanza, iniciativa y cambio, escribió el filósofo Bertrand Russell. Y añadió que no es una Utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario