martes, 28 de junio de 2016

Juan Pablo II, paladín de Dios.

Juan Pablo II. 
Las expectativas que despertó la elección del cardenal Karol Wojtyla no han tenido precedentes en los tiempos modernos. En la Iglesia católica algunos le consideraban un radical: abierto, imaginativo y joven (sólo tenía cincuenta y ocho años cuando fue elegido papa en 1.978), pero ya era un veterano del Vaticano II. Enérgico, carismático y aparentemente moderno, era el hombre que completaría la obra de Juan XXIII y Pablo VI, y que conduciría a la Iglesia a una nueva era, un pastor más que un burócrata curial.
Completaría la obra de Juan XXIII y Pablo VI.

Había algo asombrosamente inmodesto en la ambición de este papa,dice el profesor Tony Judt, que visitó treinta y seis países en sus primeros seis años de pontificado y que proclamaba sin ambages su objetivo de quitar a Iglesia su complejo de inferioridad ante el mundo.

Rompiendo con la Ostpolitik de sus predecesores, visitó Polonia al año siguiente de su nombramiento, atrajo a grandes masas de fieles y admiradores y puso definitivamente a la Iglesia del lado de las fuerzas del cambio que poco después se fundirían en el movimiento de Solidaridad. Asimismo disuadió a los católicos de los países de Europa central y oriental de negociar, debatir o llegar a compromisos con el marxismo, presentando a su Iglesia no sólo como silencioso refugio, sino como un polo alternativo de moral y autoridad social, un aliado crucial aunque temporal de la oposición política en los países comunistas.

Visita a Polonia.
En la década que siguió a su primera visita a Polonia,dice el profesor Judt, no cabe duda de que Juan Pablo II desempeñó un papel central en la disminución y derrota del dominio soviético en Europa central y oriental.

Desde sus primeros días en el arzobispado de Cracovia (cargo para el que fue nombrado en 1.958) Wojtyla hizo patente que le agradaba la compañía intelectual, con frecuencia invitaba a debates a teólogos y a otros estudiosos y mostraba una capacidad admirable para escuchar opiniones muy diferentes de las suyas. Durante su pontificado fue anfitrión de una serie regular de conversaciones en su residencia de verano en Castelgandolfo, en las que sociólogos, filósofos e historiadores fueron invitados a examinar problemas del mundo moderno en presencia del Papa.


Invitaba a debates a teólogos y a otros estudiosos. 
Se trata de un hombre cuya tesis principal sobre el mundo moderno, tal y como la expone en muchos de sus escritos,dice Judt, es que desde hace trescientos años  se libra una guerra contra Dios y los valores cristianos, y en este conflicto el Papa ha intentado involucrar al máximo a sí mismo y a su Iglesia. Los dilemas y paradojas del Liberalismo, la Ilustración, la Ciencia y la especulación filosófica secular interesan por sí mismos a la mayoría de sus invitados a esas reuniones. Sin embargo, al Papa, aunque la discusión de esas cuestiones puede informarle, deprimirle o incluso en alguna ocasión divertirle, sobre todo le sirve para confirmar lo que ya sabe y cree.

Juan Pablo II.

Juan Pablo II rompió con la Ostpolitik





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