lunes, 6 de noviembre de 2017

Los trabajadores pobres no necesitan una reingeniería de sus valores, sino puestos de trabajo que les permitan lograr una estabilidad material y dignidad social.

Los trabajadores pobres no necesitan una reingeniería de sus valores, sino más bien puestos de trabajo que les permitan lograr una cierta estabilidad material y dignidad social. Hoy en día hay una tendencia a la formulación de políticas que apuntan a garantizar la perpetuación de los mismos problemas que diagnostica, al promover la expansión aun más pronunciada del trabajo asalariado desocializado y la inseguridad para la vida que éste conlleva, manifiesta el sociólogo Loïc Wacquant.


Los políticos dicen que los empleados de estos lugares “dan un paso más en el proceso de adquirir una identidad honorable: afirman que sus trabajos tienen virtudes ocultas” y que cualquier trabajo, aun el más abyecto, es de por sí valioso. Y lo mismo afirma Katherine Newman. Este lema automistificador del trabajo y su corolario, las bendiciones invisibles del trabajo asalariado superexplotador, son pregonados a través de su examen de la relación entre la escolaridad, las habilidades y la (in)movilidad en el empleo de bajos salarios, una relación que ella considera positiva por dondequiera que se la mire.



“No hay mejor enseñanza que trabajar como un esclavo sobre una freidora grasienta durante ocho horas para que la gente comprenda que es necesario algo de esfuerzo para adquirir las credenciales que la califiquen para algo mejor en el futuro” (NSMG, p. 133). No se le ocurre a Newman que las condiciones deplorables de trabajo, los códigos degradantes de la vestimenta, la alta tensión, la inestabilidad y los salarios de hambre de estos “trabajos de esclavo” son incentivos poderosos para que sobre todo los jóvenes se aparten del mercado de trabajo formal y se unan al “capitalismo de botín” de la calle donde, formando parte de pandillas y vendiendo drogas, pueden al menos defender su honor viril, conservar su amor propio e incluso abrigar esperanzas de progreso económico (véanse Bourgois, 1995; Adler, 1995; y también Sánchez-Jankowski, 1991; Williams, 1992; Padilla, 1992; Hagedorn, 1998). El deseo de triunfar, que Katherine Newman celebra entre los “trabajadores pobres” que luchan para ganarse un lugar en la economía legal, es también el motor que impulsa las carreras de los comerciantes ilegales y sus empleados.

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