martes, 7 de noviembre de 2017

En el proceso creador la inteligencia no desempeña más que un papel secundario.


Proust considera que en el proceso creador la inteligencia no desempeña más que un papel secundario. Muchos escritores comparten esta opinión. Colette dijo a Emmanuel Berl: “Es usted demasiado inteligente para ser un buen novelista”. Y Claudel observaba: “La inteligencia no es la cualidad esencial de un artista en mayor medida que la prudencia lo es de un militar”. Lo cual no quiere decir, evidentemente, que para un artista sea más ventajoso ser un imbécil, Proust mismo tenía una inteligencia formidable; pero todos esos escritores saben por experiencia que, en la creación literaria, dice Simon Leys, no es su inteligencia lo
Marcel Proust
que se moviliza, sino más bien su sensibilidad y su imaginación. Lo que importa sobre todo es la inspiración, el “estado de gracia”, la comunicación directa establecida con las fuentes profundas de la memoria y del inconsciente; y para captar esas fuentes a menudo es preferible dar descanso a la inteligencia. Aragon era más inteligente que Eluard, pero Eluard era mejor poeta. La inteligencia no inhibe ese don poético; el don poético simplemente es de otra naturaleza, puede coexistir con una inteligencia mediocre, incluso con una mente confusa.


Henri Michaux dice: “La poesía es un regalo de la naturaleza, una gracia, no un trabajo. La sola ambición de hacer un poema basta para matarlo”. Toda verdadera creación tiene un aspecto extático. Un pintor chino del siglo XVII había adquirido la costumbre de destruir sus pinturas a medida que las acababa, pues era la experiencia espiritual de la ejecución lo que le interesaba, mientras que la obra acabada no era más que el residuo. D. H. Lawrence habló
claramente de esta experiencia: “Esa absorción feliz e intensa en un trabajo que se lleva tan cerca como es posible de la perfección es un estado en el que se está con Dios, y la gente que no lo ha conocido jamás ha orillado la vida”. Sin este éxtasis inspirado, no hay poema. Pero ello entraña un corolario que es subrayado por Jean-François Revel: “El genio poético no solamente es escaso, sino que raras veces se manifiesta en quienes lo poseen”. Los propios poetas se muestran de acuerdo con esto. Ted Hughes estimaba que 
Ted Hughes
incluso los más grandes poetas sólo han escrito tres o cuatro páginas de verdadera poesía, y que el resto es simple versificación. Y Randall Jarrell era más pesimista aún: “Un buen poeta es alguien que, pasando una vida entera en el exterior expuesto a todas las tormentas, consigue hacerse fulminar cuatro o cinco veces por el rayo”. El drama, opina Simon Leys, es que los momentos demasiado breves y demasiado raros en que el artista está “con Dios”, en que el poeta “es fulminado por el rayo”, crean en ellos una inagotable necesidad; y el agotamiento de su inspiración los deja inconsolables. “La recompensa del arte no es ni la gloria, ni el éxito, sino la intoxicación. Y por eso muchos malos artistas son incapaces de renunciar a ella”, decía Cyril Connolly.


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