martes, 17 de octubre de 2017

Pheromone.

Los olores nos conmuevan tan profundamente precisamente porque no podemos pronunciar sus nombres. En un mundo en el que reina la palabra, y hasta las maravillas más extrañas se nos ofrecen para una inmediata disección verbal, los olores suelen estar en la punta de la lengua, pero no más allá, y eso les da una suerte de distancia mágica, un misterio, un poder sin nombre, un aura sagrada.


Algunas mujeres muy elegantes de Nueva York usan un perfume llamado Pheromone, que cuesta trescientos dólares la onza. Es caro, quizá, pero sus supuestas cualidades afrodisíacas le darían ese valor. A partir de los hallazgos científicos sobre atractivos animales, el perfume promete que la mujer que lo use será provocativa y podrá hacer esclavos de sus deseos a los hombres, zombis del amor. Lo curioso de la publicidad de este perfume es que su fabricante no ha especificado qué feromona ha utilizado en su composición. Las feromonas humanas aún no han sido identificadas por los investigadores, que sí han aislado, entre otras, la del jabalí. La idea de una generación de mujeres jóvenes caminando por las calles con feromonas de jabalí encima es extraña hasta para Nueva York. Un truco malvado sería el siguiente: soltar una manada de jabalíes machos por Park Avenue, y asegurarse de que entre la gente que camine por la calle a esa hora haya algunas mujeres que usen perfume Pheromone. 

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