domingo, 15 de octubre de 2017

El universo desacralizado en que vivimos.

El universo desacralizado en que vivimos hoy, el que nos describe el periodismo, el que nos vende la publicidad, el que nos ofrece el turismo; ese universo explorado por la ciencia, manipulado por la técnica, transformado por la industria, se va cambiando gradualmente en un reino de escombros donde sobra toda religión, donde sobra toda filosofía, donde sobra toda poesía; un mundo vertiginoso y evanescente donde todo es desechable, incluidos los seres humanos, donde los innumerables significados posibles de toda cosa se reducen a un único significado, su utilidad, dice William Ospina.

Nada.
El triunfo del positivismo y el alcance del nihilismo que lo sigue no son meros errores o caprichos de la historia. La caída de la era cristiana y el desmoronamiento de los valores sobre los cuales se sustentó la humanidad durante siglos; la pérdida de un sentido trascendental de la historia; la “muerte” de una religión, con sus legislaciones y sus éticas, no pueden dejar de precipitar al mundo en una edad de vacío de desconcierto. Así ha enunciado en este siglo T. S. Eliot:  ¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir? ¿Dónde la
TS Eliot 
sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? Veinte siglos de historia humana. Nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo. Y así lo anunciaba Nietzsche en sus gritos de vidente y de solitario: El desierto está creciendo. Desde fines del siglo XIX, la filosofía supo advertirnos que se acercaban tiempos aciagos. “El más incómodo de los huéspedes ya está a las puertas” escribió también Nietzsche. “El nihilismo ya está aquí”.

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