lunes, 18 de diciembre de 2023

Jérôme Lejeune tenía la convicción de que no está bien el aborto ni realizar la fecundación fuera del útero

Jérôme Lejeune

Jérôme Lejeune descubrió la anomalía cromosómica que da lugar al síndrome de Down y fue candidato para recibir el premio Nobel. Murió el 3 de abril de 1994. Pero el pediatra y genetista francés fue amigo personal del papa Juan Pablo II, primer presidente de la Pontificia Academia para la Vida y acérrimo crítico de las iniciativas para la legalización del aborto. Como el tiempo de la Iglesia Católica no suele ser rápido, fue hasta 13 años después de su muerte que se abrió su proceso de canonización, en fase diocesana, es decir, con religiosos e investigadores en París, donde vivía, recopilando información biográfica que da fe de su relevancia y potenciales virtudes.

El profesor Lejeune recibe el doctorado Honoris Causa de manos de San Josemaría Escrivá, primer Gran Canciller de la Universidad de Navarra

En 1952, poco después de graduarse en medicina, Lejeune comenzó a trabajar en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), la agencia pública de investigación más grande de Francia. Seis años más tarde, cuando estaba examinando los cromosomas de un niño con síndrome de Down, descubrió la trisomía 21, la anomalía genética que causa la enfermedad. Con su equipo, avanzó en otros temas, mejorando la comprensión de la ciencia sobre cómo las anomalías cromosómicas pueden desencadenar enfermedades. En 1963, por ejemplo, descubrió el síndrome de Cat Meow, también conocido como síndrome de Lejeune. Tales estudios lo llevaron a ser considerado el "padre de la genética moderna”. Lejeune pronto fue nombrado jefe de la unidad de citogenética del Hospital Necker-Enfants Malade de París. Allí seguiría desarrollando su carrera. Se estima que trató a más de 9.000 pacientes con discapacidad intelectual y analizó alrededor de 30.000 pruebas cromosómicas. En 1964, se convirtió en el primer profesor de genética en la Facultad de Medicina de París. Sus descubrimientos lo hicieron elegible para el Premio Nobel, que nunca llegó. Según sus partidarios, la negativa de la Academia Sueca a reconocer su legado científico tuvo que ver con su religiosidad. Cuando Lejeune se dio cuenta de que sus investigaciones acababan haciendo pruebas para la detección precoz (incluso durante el embarazo) de problemas genéticos del embrión y, en consecuencia, justificando la interrupción de los embarazos, se convirtió en defensor público de la vida según la doctrina católica, es decir, desde la concepción, y emprendió una lucha personal contra la legalización del aborto.
Lejeune tenía la convicción moral, no solo desde el punto de vista cristiano, sino desde el punto de vista científico, de que no estaba bien practicar el aborto, ni realizar la fecundación fuera del útero ni ninguna otra manipulación en el embrión”. "Estas posiciones generaron una gran hostilidad del mundo académico y de los movimientos sociales”. Casi con toda seguridad Lejeune participó en la encíclica 'Evangelium Vitae'", que trata, entre otros temas, el aborto y eutanasia.

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