miércoles, 15 de junio de 2022

Un toxicómano curado jamás rechaza la droga, siempre le quedará la nostalgia de ella


Según el Dr. Olievenstein el toxicómano mantiene una relación específica con su cuerpo; no lo “cambiará”, como ocurre en la heterosexualidad o la homosexualidad, pues es precisamente este cuerpo, vuelto totalmente erógeno, y no solamente en la zona genital, la fuente esencial de su placer. Según el mismo autor, el gran toxicómano pasa por dos fases. La primera es la “luna de miel con la droga”, alternancia de carencia y placer. Es Dios cuando se droga y, en estado de carencia, se autocastiga, pero lo soporta porque sabe que puede volver a empezar. Es la gran diferencia entre toxicómano y suicida, puesto que este último carece de recursos. Pero la toxicomanía es siempre un fracaso, porque la “luna de miel” no dura mucho. El flash desaparece y el drogado recurre entonces a la droga no para disfrutar, sino para apaciguar los sufrimientos del infierno de la carencia. La pregunta fundamental es, pues, la siguiente: ¿por qué hay jóvenes que aceptan el sufrimiento de la carencia, a menudo la obligación de prostituirse para conseguir dinero, la renuncia a toda carrera y el rechazo de la sociedad? La respuesta del Dr. Olievenstein es la siguiente: “El flash es una bomba atómica. Después el adicto pasará muchísimo tiempo buscando este placer. Un toxicómano curado jamás rechaza la droga, siempre le quedará la nostalgia de ella, al contrario de lo que le ocurre a un alcohólico”. El pinchazo intravenoso, generador del flash, introduce el “corte libidinal fundamental” que remodela la personalidad. Si quien ha conocido una intensidad de esta naturaleza ya no tiene ganas de hacer el amor, no es por impotencia, sino por indiferencia ante un placer considerado como menor. El drogado nunca pide asistencia durante la “luna de miel”. Rechaza cualquier tipo de cura de desintoxicación. Su demanda personal sólo se produce cuando, habiendo desaparecido el disfrute del flash, sólo le queda el sufrimiento y la dependencia.

Agricultores afganos recogen opio

Desde el campesino miserable que cultiva la adormidera para sobrevivir hasta el magnate que se abstiene de recurrir a los productos que le enriquecen, innumerables tramas tejen alrededor del mundo la red de la tentación fatal. La movilización de los policías desemboca en arrestos de dealers, pequeños traficantes ellos mismos consumidores, en “redadas” a veces espectaculares que los media se complacen en airear; pero estas acciones raras veces llegan a afectar el poder de las “honorabilísimas personas” encaramadas en el vértice de esta pirámide de la desgracia y a menudo introducidas en los aparatos de Estado y que disponen de los medios financieros necesarios para hacer callar y que consiguientemente son inaccesibles.

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