lunes, 20 de junio de 2022

Quien estuviera en contra de la Unión Soviética sería un fascista

Cuenta Timothy David Snyder, historiador estadounidense y profesor de la Universidad de Yale, ​que “en la Europa occidental y del sur, las personas preocupadas por la expansión de Hitler y del fascismo celebraron el nuevo enfoque soviético. Al presentar a la Unión Soviética como la patria del antifascismo, Stalin buscaba detentar el monopolio del bien. Sin duda, la gente razonable estaría del lado de los antifascistas y no de los fascistas. La conclusión era que cualquiera que estuviera en contra de la Unión Soviética probablemente sería un fascista, o por lo menos un simpatizante del fascismo. De junio de 1934 a agosto de 1939, unos tres cuartos de millón de ciudadanos soviéticos serían fusilados por orden de Stalin, y una cantidad mayor deportados al gulag. La mayor parte de las víctimas eran campesinos y obreros, la gente a la que se suponía que el sistema social soviético debía servir. El resto, en general, eran miembros de minorías étnicas”.

Parte del talento político de Stalin residía en su habilidad para asociar las amenazas exteriores con los fallos de su política interior, como si ambas cosas fueran la misma y él no fuera responsable de ninguna. Esto lo eximía de los fracasos políticos y le permitía definir a los que consideraba enemigos interiores como agentes de potencias extranjeras. En fecha tan temprana como 1930, cuando los problemas de la colectivización se hicieron evidentes, Stalin ya hablaba de conspiraciones internacionales con la participación de partidarios de Trotski y di versas potencias extranjeras. Era obvio, proclamó Stalin, que“mientras exista el cerco capitalista seguirá habiendo derrotistas, espías, saboteadores y asesinos entre nosotros”. Cualquier problema de la política soviética era culpa de estados reaccionarios que querían ralentizar el curso de la historia. Todos los fallos aparentes del Plan Quinquenal procedían de una intervención extranjera. El éxito del Frente Popular dependía de una información sobre los avances del socialismo que era pura propaganda. La explicación del hambre y la miseria en casa residía en la subversión extranjera, una idea que, en esencia, carecía de fundamento. Stalin a la cabeza del aparato del partido soviético y de la Internacional Comunista, utilizaba ambas mentiras de forma simultánea, pero sabía bien cómo podrían volverse ciertas, con una intervención militar extranjera de un Estado lo bastante hábil para alistar a ciudadanos soviéticos que hubieran sufrido sus políticas. El poder de la combinación de guerra extranjera y oposición interna era, después de todo la primera lección de la historia de los soviets. El mismo Lenin había sido el arma secreta de Alemania en la Primera Guerra Mundial; la propia revolución bolchevique fue un efecto colateral de la política exterior alemana de 1917. Veinte años después, Stalin hubo de temer que sus oponentes dentro de la Unión Soviética utilizaran la inminencia de una guerra para derrocar su régimen. Trotski estaba en el exilio, igual que lo había estado Lenin en 1917. Durante una guerra, Trotski podía regresar y reunir a sus seguidores, como había hecho Lenin veinte años antes. En 1937 Stalin no tenía ninguna oposición política relevante dentro del partido comunista soviético; pero, al parecer, esto sólo le llevó a creer que sus enemigos habían aprendido a mantenerse invisibles. Igual que había hecho en el apogeo de la hambruna, aquel año sostuvo que los enemigos más peligrosos del Estado fingían ser inofensivos y leales.Todos los enemigos, incluso los invisibles, debían ser desenmascarados y erradicados.El 7 de noviembre de 1937, vigésimo aniversario de la revolución bolchevique (y el quinto del suicidio de su esposa), Stalin hizo un brindis: “Destruiremos sin piedad a todo aquel que, por sus hechos o por sus pensamientos amenace la unidad del estado socialista.Por la completa destrucción de todos los enemigos, de ellos y de su estirpe”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario