jueves, 9 de junio de 2022

Barack Obama no sólo no cumplió lo que había prometido, sino que realizó lo contrario

El presidente Barack Obama, que recibía un país sacudido por la crisis económica y por el fracaso del proyecto imperial de su predecesor. Prometió retirar las tropas de Irak en dieciséis meses, devolver la política norteamericana al terreno de la moral (con compromisos concretos como el cierre de la cárcel de Guantánamo en el plazo de un año), revisar las relaciones con Rusia y con China con el fin de evitar una nueva guerra fría, y buscar un nuevo acomodo con "los musulmanes del mundo entero". En abril de 2009 prometió en Praga tomar medidas para lograr un mundo sin armas nucleares. Todas estas promesas le valieron para que pocos meses después se le concediera el Premio Nobel de la Paz "por sus extraordinarios esfuerzos para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos". Lo que convierte a Obama en un caso único entre los presidentes norteamericanos es que no sólo no cumplió lo que había prometido, sino que acabó realizando precisamente lo contrario. Y si bien hay que admitir que encontró inicialmente resistencias para desarrollar sus proyectos, como las que se opusieron a su plan de estímulo de febrero de 2009 (American Recovery and Reinvestment Act), el entusiasmo con que se entregó poco más tarde a la tarea de mantener las guerras pendientes y de iniciar otras, a la vez que a multiplicar el arsenal atómico, obligan a considerar su gestión como una gran mentira.


Cuenta el historiador Josep Fontana que durante su mandato aumentaron las desigualdades y los niveles de pobreza. Una visión muy distinta a la que el propio Obama pretendió dar de su gestión en su “Informe económico del presidente”, de febrero de 2016, donde afirmaba que “cuando asumí el cargo, nuestra nación se encontraba en medio de la peor recesión desde la Gran depresión”, y lo contrastaba con el hecho de que “siete años más tarde, gracias al coraje y a la determinación del pueblo americano, Estados Unidos de América se ha reconstruido y reformado, y ha emergido como la más fuerte y perdurable economía del mundo”. En política exterior contribuyó a liquidar los movimientos de la primavera árabe, que se iniciaron en 2011 y se extendieron por el norte de África y por Oriente próximo en un breve paréntesis de democratización. La “primavera” acabó en todas partes aplastada por el islamismo radical, con la tolerancia de Estados Unidos, que condenaba verbalmente los excesos, pero proporcionaba armas a quienes los cometían, como lo muestran su colaboración con Arabia Saudí en la infame guerra del Yemen, o su conducta en el caso de Egipto, donde una breve etapa de liberalización permitió elegir como presidente en junio de 2012 a Muhammad Morsi, de la Hermandad musulmana, que fue derribado un año después por un militar, el general Abdel Fattah al-Sisi, que se hizo elegir presidente en 2014, auxiliado por Obama con tolerancia y armamento, que llevó al país a un desastre económico. El peor de sus errores en este campo fue, según confesó el propio presidente, su participación en la operación contra Gadafi en 2011, que se realizó por iniciativa de Francia y Gran Bretaña, quienes consiguieron convertirla en una operación de la OTAN, aprobada por las Naciones Unidas. Estados Unidos le dio apoyo, de acuerdo con la desafortunada recomendación de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el resultado fue un desastre, ya que, en lugar de conseguir que se instalase en Libia un gobierno estable, dio pie a que se produjera la desintegración del país, dominado por una multitud de milicias islamistas independientes, mientras las armas de sus arsenales se dispersaban para alimentar el terrorismo en el Próximo oriente y en África.

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