viernes, 2 de octubre de 2020

La muerte de un ser querido


La escritora y periodista estadounidense Joan Didion cuenta que el dolor por la muerte de un ser querido, cuando llega, no es en absoluto como esperamos que sea. “No fue lo que sentí al morir mis padres, mi padre murió cuando le quedaban pocos días para cumplir ochenta y cinco años, y mi madre a falta de un mes para los noventa y uno, los dos después de varios años de ir perdiendo salud. Lo que yo sentí en ambos casos fue tristeza, soledad (esa soledad del hijo abandonado a la edad que sea), pesar por el tiempo pasado, por las cosas nunca dichas, por mi incapacidad para compartir o incluso para admitir de ninguna forma real, al final, el dolor, la impotencia y la humillación física que los dos experimentaron. Yo entendí que las muertes de ambos eran inevitables. Llevaba mi vida entera esperando aquellas muertes (temiéndolas, teniéndoles terror, imaginándomelas). Cuando por fin tuvieron lugar, se quedaron a cierta distancia, separadas de la cotidianidad de mi vida. Tras la muerte de mi madre recibí una carta de un amigo de Chicago, un antiguo sacerdote de la sociedad Maryknoll, que intuía con exactitud lo que yo estaba sintiendo. La muerte de un progenitor, me escribió, "a pesar de lo preparados que estemos y ciertamente a pesar de la edad que tengamos, descoloca las cosas que tenemos muy adentro, desencadena unas reacciones que nos sorprenden y que pueden liberar recuerdos y sensaciones que creíamos olvidados largo tiempo atrás. Durante ese período indeterminado que denominamos duelo, es como si estuviéramos en un submarino, en silencio sobre el lecho oceánico, sintiendo las cargas de profundidad, a veces cercanas y a veces lejanas, que nos azotan con recuerdos".


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