jueves, 15 de octubre de 2020

Los pueblos de Europa recibieron una llamada


Pierangelo Sequeri

Pierangelo Sequeri, teólogo de la Iglesia Católica y que dirige el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para el Matrimonio y las Ciencias de la Familia desde agosto de 2016 en su libro Contra los ídolos posmodernos escribe que cuando Moisés está todavía ante Dios, en el monte Sinaí, Dios le anticipa la noticia de la perversión del pueblo y le anuncia su castigo: “Ahora, déjame que se encienda mi ira contra ellos y los extermine; pero yo haré de ti una gran nación” (Éx 32,10). La plegaria de Moisés es apasionada y atrevida. “¿Cómo podrás destruirlos después de haberlos salvado? ¿Puedes soportar que los pueblos digan de ti que a los tuyos has engañado, liberándolos de la esclavitud para dispersarlos en el desierto? A sus padres prometiste dar a este pueblo una larga historia de vida: ¿quieres que sus hijos cuenten durante generaciones que eres un Dios de poco fiar?” Tras haber dicho esto, Moisés desciende del monte y aplica a los poco fiables guías del pueblo un castigo duro y ejemplar.

Moisés de Miguel Angel
Moisés le dice a Dios como remate de su plegaria: “Si no quieres perdonarlos, bórrame del libro que tienes escrito”. Así se habla. Así se hace cuando se tiene la responsabilidad del pueblo de Dios. Dios había ofrecido a Moisés una vía de salida, la posibilidad de quedar fuera del castigo: “Yo haré de ti una gran nación”. Y Moisés replica impulsivamente: “Es a ellos a quienes hiciste la promesa, es a ellos a quienes debes confirmarla, si quieres. En caso contrario, bórrame también a mí de Tu memoria”. Dios nos conceda ser sacudidos y conmovidos por un gesto como este. Hay que ser más duros con el pecado de idolatría. (Y el ídolo siempre es de oro. Siempre lleva el signo de Mammón, que lo hace fácilmente reconocible.) Sin duda esta es la hora de Moisés, no la de Aarón: “Sabes que este pueblo está inclinado al mal. Me dijeron: “Haznos dioses que vayan delante de nosotros, pues no sabemos qué ha ocurrido a ese Moisés, a ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto”. Yo les respondí: “¿Quién de vosotros tiene oro?”. Y despojándose de él me lo entregaron; yo lo eché al fuego, y salió ese becerro”.


Hay que ser más puros en la determinación que nos impide salvarnos nosotros solos (y ay de aquellos que lo han intentado). Los pueblos de Europa recibieron una llamada y compartieron una promesa, que nosotros hemos alimentado y compartido. Por ellos y con ellos hemos hecho milagros. No le vamos a pedir precisamente ahora a Dios que nos dé otra generación, abandonando a estos a su destino. La evangelización renovada, como la alianza que inscribe el gesto de Moisés, no es otra evangelización. Es la misma, que hay que renovar después de que la alianza que nos liberó de la esclavitud fuera sometida a una dura prueba por la crisis del becerro de oro. La nueva evangelización, mientras nos sea concedida, tiene esto de definitivo, ya no tiene excusas, ni siquiera para nosotros. El pecado de idolatría ha de ser expiado, pero el guía del pueblo debe exponerse también a sus consecuencias, identificándose, frente a Dios, con el destino del pueblo. Sea cual sea. En Jesús, es el propio Hijo, el único inocente, el que hace esto. La piedra angular del cristianismo es esta, no podemos dar vueltas, o construir sobre otra cosa.

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