jueves, 1 de octubre de 2020

Confundimos la multiplicación de los derechos con la de los apetitos

Un Mercado capitalista cuyo funcionamiento intrínseco impone necesariamente inacabables ciclos de constante renovación y en donde las mercancías bullen en un perpetuo movimiento de aparición/desaparición; un desfile en el que las cosas ya no son objetos estables que configuran un mundo, sino un escaparate en renovado movimiento en el que los objetos desaparecen antes de empezar a usarse; en tales condiciones, la consistencia ontológica del mundo se torna inviable, todo se suma en una incesante y veloz digestión devoradora, las cosas no arraigan, no sedimentan, no articulan, no configuran, los hombres no pueden tejer alrededor de ellas hilos de consistencia cultural y simbólica.En ese contexto se crea un tipo de yo acorde con esas necesidades estructuralmente impuestas por el mercado. Describe Lipovetsky un yo debilitado, difuso, difuminado, un yo destartalado y lábil, heteróclito, compuesto de jirones transitorios e intercambiables, consumibles, un yo carente de sustancia firme y duradera, una anarquía de impulsos y excitaciones desprovista de centro de gravedad. Es el tipo de yo exigido por la permanente aceleración consumista, “ un nuevo tipo de personalidad, una nueva conciencia, toda ella indeterminación y fluctuación”. Este tipo de yo que Lipovetsky describe y denomina neonarcisista es un yo funcional a las condiciones de vida determinadas por el capitalismo en su actual fase consumista. “Que el Yo se convierta en un espacio flotante, sin fijación ni referencia, una disponibilidad pura, adaptada a la aceleración de las combinaciones, a la fluidez de nuestros sistemas, esa es la función del narcisismo, instrumento flexible de ese reciclaje psi permanente, necesario para la experimentación posmoderna”. Esa función corrosiva que deshace todos los centros estables del yo procede, sin duda, de las necesidades de un sistema económico que necesita a toda costa fabricar sujetos consumistas hiper-estimulados, permanentemente excitados, seducidos por el juego mercantil devorador que no puede permitirse rémoras que opongan resistencia a su fluidez.


Bruckner

Para Bruckner “confundimos la multiplicación de los derechos con la de los apetitos, sin vislumbrar la menor contrapartida en forma de deberes. Una sociedad de mercado es de entrada una sociedad de servicios basada en la comodidad y la inmediatez. Es un ajuste minucioso de la oferta y la demanda, y cuanto más personalizada sea la oferta, adaptada a los gustos de cada uno, más valor tiene. Considerable disfrute; estoy seguro de obtener inmediatamente, previo pago, aquello que deseo, una gigantesca organización se pliega a mis menores apetencias. Se trata del placer del servicio”. Toda la maquinaria económica funcionando para la producción y simultánea satisfacción de los más íntimos apetitos, para la configuración y colonización pormenorizada de unas apetencias que inmediatamente son saludadas por una promesa inmediata de saciedad, escribe Polo Blanco. Se trata de una lujuriosa concupiscencia que se arroga el derecho a saborearlo todo, a consumirlos a todos. “La conclusión lógica de la sociedad de mercado es la prostitución generalizada, la transformación del género humano en proveedores o clientes, en un ejército de manos que prodigan múltiples cuidados a pudientes apresurados”.


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