domingo, 20 de septiembre de 2020

En la catedral se encuentra la magistral armonía entre construcción, ilusión, racionalidad e ideas

Catedral de Tarragona


                                    

Una iglesia cristiana, de la cual la catedral es su máximo exponente, representa la interacción entre el cielo y la tierra. La catedral está configurada como una ciudad sagrada (Civitas Dei, «ciudad de Dios»), la imago mundi («el cosmos»), en la cual la presencia del Redentor se materializa a través de la Sagrada Forma del altar, donde se rememora su santo sacrificio por medio de la eucaristía y se recrea la Jerusalén celestial descrita en el Apocalipsis. A esta ciudad se llega tras un largo peregrinaje en la tierra; es la ciudad nueva que aguarda a los cristianos en el otro mundo al final de los tiempos. La ciudad santa, el cosmos divino, desciende del cielo al interior de la catedral gótica, su máxima encarnación, donde se hace visible en todo su esplendor, escribe el historiador Carlos Javier Taranilla.


Catedral de Milán

Para el historiador del arte austriaco Hans Sedlmayr, no es el Gótico el que genera la catedral gótica, sino la catedral la que genera el Gótico. Por su parte, el arquitecto e historiador alemán Günther Binding asegura que la catedral es en primer lugar, sitio de la Epifanía divina, donde se encuentra la magistral armonía entre construcción, ilusión, racionalidad e ideas antiguas. La catedral es una alabanza continua a Dios. Una catedral gótica es un inmenso cofre que guarda en su interior la joya que contiene el altar, el cuerpo y la sangre de Jesucristo, simbolizados en la hostia y el vino consagrados. Por ello, como relicario del cuerpo vivo del Altísimo, la catedral presenta en su exterior un detallado programa iconográfico a base de imágenes simbólicas que anuncian el misterio de la transubstanciación de las especies (el trigo y la vid) en el cuerpo y la sangre del Redentor, que junto con la Resurrección son la esencia del cristianismo.



Desde que en Senlis, dice Taranilla, se consagró por primera vez el pórtico de una catedral a la Virgen (1190), María empezó a aparecer en su papel de mediatrix (es decir, «mediadora»). En el tímpano, arrodillada ante su hijo, implorando clemencia en el Juicio Final, porque también es madre, abogada nuestra; en los parteluces como Porta Coeli («Puerta del Cielo») que conduce a la Jerusalén celestial, recreada a su espalda en el altar. Se la empezó a representar también como madre sufriente sosteniendo el cuerpo del hijo muerto en su regazo, lo que creó un tipo iconográfico, la Piedad, que alcanzó una gran difusión en el arte gótico, renacentista y barroco.


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