domingo, 3 de diciembre de 2017

Vicente de Paúl, organizador prudente y realista.

San Vicente de Paul 
San Vicente de Paúl trató de organizar la caridad a escala de la ciudad y acabar así con la mendicidad y el abandono espiritual y corporal de los pobres. Consiguió atraer a ella a los magistrados de la ciudad, al obispo, a los dos cabildos de canónigos, a los concejales del municipio y a los burgueses y comerciantes principales de la villa. En una reunión celebrada en el ayuntamiento se expusieron los proyectos de Vicente. Vicente proponía, en sustancia, la fundación de dos asociaciones de caridad, una de hombres y otra de mujeres. Las líneas generales del proyecto preveían, ante todo, la redacción de una lista de todos los pobres avecindados en la ciudad, que resultaron ser 300, y la creación de un fondo de socorro constituido por los donativos voluntarios que el clero y los ciudadanos acomodados
 se comprometían a dar anualmente por el importe de determinadas multas, que se destinaría a tan buena obra; por los derechos de entrada de todos los oficios de la villa y por las cuestaciones que las señoras de la Caridad realizarían todos los domingos. Los pobres acudirían los domingos a la iglesia de San Nazario a oír misa y, eventualmente, a confesarse y comulgar. Después de la misa, todos ellos recibirían pan y dinero en proporción a sus cargas familiares, excepto los que fueran sorprendidos mendigando durante la semana. A los pobres transeúntes se les daría alojamiento por una noche y al día siguiente se les despediría con una limosna de dos sueldos. Los vergonzantes serían socorridos discretamente por las señoras con alimentos y con medicinas si estaban enfermos. A los que fueran capaces de trabajar se les proporcionaría sólo el complemento necesario para suplir la insuficiencia de sus cortos salarios, pues la asociación no quería fomentar la holgazanería. Los miembros de las cofradías se reunirían una vez por semana para revisar la lista de los pobres, borrar a los que hubieran salido de la miseria y decretar las sanciones oportunas contra los indignos o los que hubieran infringido el reglamento. El proyecto funcionó. Para los primeros gastos se reunió la 
cantidad de 200 escudos. En menos de tres semanas, la máquina estaba en pleno rendimiento. Cada domingo se distribuían 1.200 libras de pan, 18 o 20 libras en metálico, 12 o 15 libras a las damas para los pobres vergonzantes, 100 o 120 libras a los farmacéuticos por sus medicinas, 20 libras al cirujano, 4 libras mensuales a las mujeres que servían a los enfermos, 20 libras a los oficiales encargados de impedir a los mendigos forasteros detenerse en la villa, sin contar la ropa, la leña y el carbón, que suponían una suma considerable. Uno puede extraviarse, quizá, de esta mezcla de caridad organizada y policía de buenas costumbres. Vicente de Paúl no era un soñador, sino un organizador prudente y realista. Su corazón, dolorido por la miseria, no le impedía valorar las exigencias del orden público ni desconocer los mil disfraces de la picaresca.

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