jueves, 14 de diciembre de 2017

Los rebeldes exigen progreso, mientras los revolucionarios exigen destrucción.

Cuenta la Premio Nobel Pearl Buck que una de las características del pueblo japonés es la de aceptar la fatalidad sin rebelarse, cuando está convencido de que se trata de la fatalidad y procurar sacar alguna enseñanza de sus propias faltas. Así fue como en el siglo XIX, cuando resultaba evidente que el antiguo aislamiento no podía ser mantenido más tiempo ante un mundo en continua
período Meiji
transformación, se había encaminado rápida y firmemente hacia las reformas del período Meiji. De la misma manera aceptó la derrota cuando se empleó dos veces la bomba atómica, resolviendo utilizar la derrota como una lección para alcanzar su objetivo más inmediato, el de llegar a una pacífica edad de oro para el Japón e incluso para el mundo entero. Su grandeza ha quedado demostrada por su aptitud para reconocer la derrota como demostración de sus errores de juicio, para llevar a cabo en lo sucesivo una acción constructiva. 
Templo budista de Byōdō-in, Japón.
Que fuera capaz de poner de manifiesto semejante autodisciplina yo lo achaco, dice Pearl Buck, a su inquebrantable unidad nacional, basada en la estructura de su Gobierno. El pueblo japonés puede cambiar de dirección con rapidez y perfección cuando se convence de que es esencial el cambio. Los japoneses han sido y son rebeldes, pero no revolucionarios. Los rebeldes exigen progreso, mientras los revolucionarios exigen destrucción. Dentro de la firme estructura de la sociedad japonesa, los rebeldes son una fuerza permanente y efectiva, pero nadie quiere una revolución en el país.

El pueblo japonés puede cambiar de dirección con rapidez y perfección cuando se convence de que es esencial el cambio.

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