viernes, 21 de abril de 2017

La unión monogámica.

actitud monogámica
Debemos considerar, dice Viktor Frankl,la capacidad interior del hombre para contraer una unión monogámica como el verdadero criterio de la madurez erótico-sexual de un individuo. La actitud monogámica es, por lo tanto, la etapa última del desarrollo sexual, la meta superior de la pedagogía sexual y el ideal de la ética sexual. Como ideal, rara vez se consigue, en términos generales, y en la mayoría de los casos sólo de un modo asintótico. Como todo ideal, es una norma puramente regulativa, “es algo así como lo negro de la diana, en el blanco, hacia lo que hay que mirar siempre, aunque no siempre pongamos en él el tiro” (Goethe). Del mismo modo que el hombre corriente rara vez es capaz de sentir un auténtico amor, rara vez logra remontarse a la etapa más alta del desarrollo de la vida erótica madura. Claro está que, en última instancia, toda tarea o misión humana es “eterna” y todo progreso humano es un progreso indefinido, un progreso hacia el infinito, hacia una meta inasequible.



A la mujer le resulta más fácil que al hombre marchar derechamente por el camino que conduce a esta meta ideal del proceso normal de maduración, en las relaciones sexuales. Claro está que esta afirmación sólo puede hacerse de un modo general. Para no sentir el apetito sexual más que en aquellos casos en que la apetencia sexual sea la expresión física de una unión anímico-espiritual, basta con que la mujer sea simplemente normal (en el sentido de “corriente”), sin que tenga que ser, para ello, una mujer “refinada”; el hombre, en cambio, necesita haber alcanzado ya un grado de madurez ideal para poder elevarse hasta este plano, dice Frankl. Otro factor que ayuda a la mujer a marchar derechamente por este camino es el siguiente. La conservación de la virginidad hasta llegar a la unión física con el hombre real y definitivamente amado le facilita a la mujer la orientación monogámica hacia él, en el sentido de que así, después de entrar en relaciones sexuales con el marido, se entrelaza casi automáticamente a la persona de la otra parte tanto lo erótico como lo sexual, lo que hace que la sexualidad de la mujer sea despertada casi como un reflejo condicionado exclusivamente por “su” marido.

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