miércoles, 27 de mayo de 2020

El plan de Bin Laden era que la única superpotencia que quedaba se disolviera



Abu Musab al-Zarqawi
La decisión de la administración Bush de invadir y ocupar Irak en 2003 revivificó el programa del islamismo radical. Las guerras simultáneas que se libraban en dos países musulmanes dotaron de contenido al discurso de Bin Laden de que Occidente estaba en guerra con el islam. En Irak, alcanzaban notoriedad nuevos líderes terroristas, en especial, Abu Musab al-Zarqawi, cuya violencia mató en tres años solo en Irak a muchos más musulmanes que el resto de los atentados de al-Qaeda juntos. La nueva al-Qaeda era emprendedora, espontánea y oportunista, con la estructura horizontal de las bandas callejeras, lo que un estratega de al-Qaeda, Abu Musab al-Suri, denominó resistencia sin líder. Estos hombres fueron los que mataron a 191 viajeros en Madrid el 11 de marzo de 2004 y los que cometieron el atentado de Londres el 7 de julio de 2005, en el que murieron 52 personas.


Los ataques ataques contra Estados Unidos, desde los perpetrados contra las dos embajadas estadounidenses en África oriental en 1998, hasta el atentado contra el USS Cole en 2000 y finalmente el 11-S, estaban concebidos para arrastrar a Estados Unidos a Afganistán, donde esperaba que sufriera la misma catástrofe que padeció la Unión Soviética en 1989, cuando se retiró derrotada y después simplemente se desmoronó. El plan de Bin Laden era que la única superpotencia que quedaba se disolviera, que Estados Unidos se convirtiera en unos estados desunidos y el islam tuviera vía libre para recuperar su espacio natural como fuerza dominante en el mundo. El modelo de guerra asimétrica y asesinato en masa que Bin Laden y sus cómplices han creado inspirará a futuros terroristas que ondearán otras banderas. El legado de Bin Laden es un futuro de desconfianza, dolor y pérdida de determinadas libertades que ya se están desvaneciendo en el olvido, escribe Lawrence Wright.

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