lunes, 11 de mayo de 2020

No abandonemos los vastos campos de la libertad para perdernos en regiones desoladas, hostiles, sombrías y deprimentes



El 25 de enero de 1937, Winston Churchill pronunció un discurso durante la cena anual de la Cámara de Comercio en Leeds. En su alocución trató de lo que el comunismo y el nacionalsocialismo tenían en común: “El nazismo y el comunismo son dos religiones ateas. Desde el continente y otros lugares se nos insta a elegir de qué lado estamos. Yo las repudio a ambas, y no quiero tener nada que ver con ninguna de ellas. En realidad, son como dos gotas de agua. Tweedledum y Tweedledee eran completamente distintos comparados con ellas. Es como sustituir a Dios por el mal. El amor por el odio. Yo he tomado una decisión. He madurado. He decidido que ni en geografía ni en política me iré nunca al polo norte ni al polo sur. Prefiero una zona templada. Prefiero Londres, París o Nueva York. Mantengámonos fieles a nuestra fe y vayamos y quedémonos allí donde la policía secreta no hiele el aliento de nuestras palabras. No abandonemos los vastos campos de la libertad para perdernos en esas regiones desoladas, hostiles, sombrías y deprimentes.” Churchill había identificado algunos de los elementos clave que el nazismo y el comunismo tenían en común; la antipatía hacia la religión trascendental, el malévolo papel de la policía secreta y una ideología que organizaba el odio de las masas, ya fuera al capitalismo, a la democracia liberal o a razas y clases sociales enteras.

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