jueves, 14 de mayo de 2020

La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás




“El único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, interfiera en la libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros es la autoprotección. El único propósito por el que el poder puede ejercerse legítimamente sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es para prevenir el daño a otros. Su propio bien, físico o moral, no es una justificación suficiente. No se le puede obligar justificadamente a realizar o no realizar algo porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz, porque, en opinión de otras personas, actuar así sería sabio o incluso justo. Estas son buenas razones para expresar desaprobación, o para razonar con él, o para persuadirlo, o para pedirle que cese en su conducta, pero no para forzarlo o causarle algún mal si actúa de manera diferente. Para justificar esto sería preciso pensar que la conducta de la que se trata de disuadirle produciría un perjuicio a algún otro. La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano”, manifiesta el filósofo Stuart Mill.


“No debiéramos prohibir que se diga en un periódico que la propiedad privada es un robo, o que quienes negocian con el trigo lo hacen al precio de matar de hambre a los pobres; pero sería muy distinto si esta última opinión se expresase oralmente o en una pancarta ante una multitud reunida delante de la casa de un comerciante de trigo. Aquí ya no estamos hablando de libertad de expresión, sino de la incitación a un acto violento. Esto podría prohibirse, porque seguramente acarrearía un daño a esa persona”.

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