domingo, 27 de mayo de 2018

¿Podía Dios ir más allá?

¿Podía Dios ir más allá en Su condescendencia, en Su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades cognoscitivas? A esta pregunta, que nos solemos hacer con frecuencia, San Juan Pablo II contesta:

El hombre conoce no sólo los colores, los sonidos o las formas, sino que conoce los objetos globalmente; por ejemplo, no conoce sólo un conjunto de cualidades referentes al objeto hombre, sino que también conoce al hombre en sí mismo (sí, al hombre como persona). Conoce, por tanto, verdades extrasensoriales o, en otras palabras, transempíricas. No se puede tampoco afirmar que lo que es transempírico deje de ser empírico. De este modo, puede hablarse con todo fundamento de experiencia humana, de experiencia moral, o bien de experiencia religiosa. Y si es posible hablar de tales experiencias, es difícil negar que, en la órbita de las experiencias humanas, se encuentren asimismo el bien y el mal, se encuentren la verdad y la belleza, se encuentre también Dios. En Sí mismo, Dios ciertamente no es objeto empírico, no cae bajo la experiencia sensible humana; es lo que, a su modo, subraya la misma Sagrada Escritura: “a Dios nadie lo ha visto nunca ni lo puede ver” (cfr. Juan 1,18). Si Dios es objeto de conocimiento, lo es, como enseñan concordemente el Libro de la Sabiduría y la Carta a los Romanos, sobre la base de la experiencia que el hombre tiene, sea del mundo visible sea del mundo interior.

El hombre se reconoce a sí mismo como un ser ético, capaz de actuar según los criterios del bien y del mal, y no solamente según la utilidad y el placer. Se reconoce también a sí mismo como un ser religioso, capaz de ponerse en contacto con Dios.



¿Podía Dios ir más allá en Su condescendencia, en Su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos que era posible. Más allá no podía ir. En cierto sentido, ¡Dios ha ido demasiado lejos! ¿Cristo no fue acaso “escándalo para los judíos, y necedad para los paganos”? (1 Corintios 1,23). Precisamente porque llamaba a Dios Padre suyo, porque lo manifestaba tan abiertamente en Sí mismo, no podía dejar de causar la impresión de que era demasiado. El hombre ya no estaba en condiciones de soportar tal cercanía, y comenzaron las protestas. Esta gran protesta tiene nombres concretos: primero se llama Sinagoga, y después Islam. Ninguno de los dos puede aceptar un Dios así de humano. “Esto no conviene a Dios, protestan. Debe permanecer absolutamente trascendente, debe permanecer como pura Majestad. Por supuesto, Majestad llena de misericordia, pero no hasta el punto de pagar las culpas de la propia criatura, sus pecados”.

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