martes, 8 de mayo de 2018

Los políticos alemanes, después de la Segunda Guerra Mundial, buscaban su incorporación a Europa.

Tras la guerra, Alemania quedó destrozada por los bombardeos.
La Alemania paria fue primero acogida en la comunidad de los pueblos, después se la cortejó y por último fue preciso contar con ella desapasionadamente en el concierto de poderes. Los alemanes que, como pueblo, se sentían, sin duda, víctimas, puesto que se habían visto obligados a soportar no sólo los inviernos de Leningrado y Stalingrado, los bombardeos de sus ciudades, el proceso de Nüremberg, sino también la fragmentación de su país, se manifestaban comprensiblemente dispuestos tan sólo a superar el pasado del Tercer Reich. En esos días, al par que los alemanes conquistaban con sus productos industriales los mercados mundiales, y no sin un cierto equilibrio, se ocupaban de esa superación en su propia casa.

Jean Améry
Los políticos alemanes, entre los cuales, dice Jean Améry, escritor y ensayista austríaco de confesión judía que estuvo internado en el campo de exterminio de Auschwitz, sólo pocos se habían distinguido en la lucha de la resistencia, buscaban sin pausa y con entusiasmo la incorporación a Europa. No les costaba ningún esfuerzo vincular la nueva Europa a aquella otra Europa que Hitler ya había comenzado a reorganizar exitosamente, a su modo, en el periodo comprendido entre 1940 y 1944.

En un libro titulado Rückblick zum Mauerwald el exoficial del estado mayor alemán, el príncipe Ferdinand von der Leyen,
escribe: “… de una de nuestras posiciones en el extranjero nos llegó una nueva aún más espantosa. Allí pelotones de las SS habían penetrado en las casas y desde las azoteas habían arrojado al asfalto niños recién nacidos”. Pero el asesinato de millones de seres humanos perpetrado con eficacia organizativa y precisión casi científica por un pueblo altamente civilizado se juzgará deplorable, pero de ningún modo único, al lado de la sangrienta deportación de los armenios por lo turcos o a los ignominiosos actos de violencia cometidos por las autoridades coloniales francesas, puntualiza  Jean Améry.

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