martes, 22 de mayo de 2018

Para medir la desigualdad hay que medir la diferencia en cómo vive una persona de de menores ingresos respecto de una de mayores ingresos.

Si de medir desigualdad se trata, en lugar de medir las diferencias de ingresos, lo que debemos medir es qué diferencia existe en cómo realmente vive una persona del segmento de menores ingresos en la población respecto de una de mayores ingresos. Y ahí lo que importa son cosas como, por ejemplo, las diferencias de acceso a agua potable, alcantarillado, refrigeradores, televisores, electricidad, vestimenta, nutrición, salud y educación, las diferencias en la mortalidad infantil, en las expectativas de vida y vivienda, entre otras. Este hecho es de vital importancia porque resulta que una persona que gana cien millones de dólares al año, en realidad, no vive mucho mejor, en términos absolutos, que una que gana cincuenta mil dólares al año. También el millonario sólo puede usar un automóvil al mismo tiempo, comerse un plato de comida y vivir en una casa. Claro, él tendrá un Ferrari y el otro tendrá un Mazda, uno 
una mansión y el otro un apartamento más modesto, y suma y sigue. Pero ahí no hay una diferencia en términos absolutos. No ocurre que uno tenga coche y el otro no, que uno tenga agua potable y el otro no, que uno tenga una casa y el otro viva bajo un puente. Ambos se van al Caribe a veranear en el mismo avión. Uno se irá a un hotel de cinco estrellas y viajará en clase ejecutiva, y el otro irá en económica y a un hotel de tres o cuatro estrellas que, finalmente, no es tan distinto al de cinco. La calidad de vida es muy similar aunque la desigualdad de ingresos es gigantesca, escribe Axel Kaiser. Específicamente uno tiene un ingreso dos mil veces superior al otro, pero sería absurdo decir que tiene una calidad de vida real dos mil veces superior. Pero, además, el rico tampoco tiene el dinero como el tío Gilito en una bóveda en su casa donde se lanza a nadar todos los días. La tiene invertida en empresas, máquinas e instrumentos financieros que generan trabajo y productos para todos nosotros.



Hagopian y Ohanian advierten: “No conocemos evidencia persuasiva de que reducir la desigualdad de ingresos aumente el bienestar económico de la mayoría de los ciudadanos. De hecho, el estándar superior de calidad de vida en América y el crecimiento económico comparado con otras naciones avanzadas es evidencia de lo contrario. Aumentar impuestos a los americanos más productivos, aquellos que crean más trabajo en nuestra economía va a deprimir el crecimiento económico y a reducir oportunidades para los más desafortunados”. La redistribución estatal no mejora necesariamente los niveles de desigualdad en los ingresos y afecta las verdaderas oportunidades de conseguir estos ingresos de la gente más desfavorecida, dice Kaiser.

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