sábado, 14 de abril de 2018

Los ingenieros no necesitan preocuparse de su situación en el mercado laboral, pero no ocurre lo mismo en los otros sectores.

Heinz Bude 
El sociólogo y profesor universitario Heinz Bude manifiesta que los ingenieros, ya vengan de renombradas universidades técnicas o de centros de formación profesional menos conocidos, no necesitan preocuparse de la situación en el mercado laboral. Los sectores que se afirman como abastecedores de la economía mundial los están esperando a cada uno de ellos. Otra cosa sucede con el sector de los seguros y con el sector bancario, ahí el empleo en su conjunto está remitiendo incesantemente, aunque es sobre todo el porcentaje de puestos directivos el que se hunde considerablemente, mientras que  especialistas en los departamentos matemáticos ganan progresivamente en importancia. El jurista o empresario experimentado que todavía mantiene su posición, ahora ha de aguantar que una joven matemática que no conoce en modo alguno el sector le explique qué producto financiero tiene futuro en el mercado y qué otro producto no lo tiene. Es decir, aquí no solo se ha vuelto escaso el empleo, sino que también el estatus se ha vuelto precario.

Los periodistas de prensa influyentes que creen estar trabajando en un sector que está condenado a hundirse. Internet les ha quitado el privilegio de la información, los periódicos gratuitos que brotan por todas partes les arrebatan de manera sostenida sus compradores, y en el periodismo de revistas, que prospera a base de historias bien narradas y de imágenes preparadas artísticamente, solo hay sitio para unos pocos.

Los autónomos o los empleados a menudo trabajan a la sombra del Estado de bienestar como formadores, asesores o ejerciendo cualquier otra forma de trabajo social con un sueldo honorífico. Salen adelante a base de ir tirando a lo largo de “cadenas de vencimientos” o redactan constantemente nuevas solicitudes de proyectos. Por lo general tienen formación académica y por necesidad o inclinación se han decidido por asegurarse la existencia con el “emprendedurismo”. Uno se los puede imaginar como a un asesor familiar con estudios universitarios de pedagogía o como a una mediadora con título de jurista que, como empresarios individuales, se van abriendo paso en el mundo de las grandes ciudades. Lo que los distingue de la gente de su misma edad que tiene éxito y que gestiona una floreciente consultoría para asesorar a titulados universitarios o unas grandes oficinas para gestionar proyectos de comunidades de contratistas no es ni el nivel de formación que han
adquirido ni las ganas de desarrollarse y diseñar proyectos, sino únicamente que han apostado por el caballo perdedor. Hay multitud de arquitectos formados que en su vida jamás han ganado dinero con su profesión, no pocos farmacéuticos titulados cuyo negocio se ha hundido, y un número considerable de abogados generalistas que en Friburgo, Berlín o Wismar apenas ganan para vivir llevando procesos judiciales de todo tipo.


Cada vez hay más fracasados con su formación procedentes de medios de mucha formación, y fracasados laborales procedentes de familias que han ascendido socialmente. Al chico bronceado que uno conoce de la época de estudios universitarios o a la adorada chica que se preparaba para hacer carrera como funcionaria uno se los vuelve a encontrar veinte años después convertidos en un bebedor cínico o en una madre soltera agotada.

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