viernes, 23 de febrero de 2018

Patria.


El ensayista Jean Améry en su libro “Más allá de la culpa y la expiación” escribe que el ser humano necesita tanta más patria cuanto menos pueda llevarse consigo. Existe, en efecto, algo así como una patria móvil o al menos un sucedáneo de patria. Puede ser una religión, como la judía. “El año que viene en Jerusalén”, se prometían desde antaño los judíos en el ritual de Pascua, pero no importaba alcanzar realmente Tierra Santa, más bien bastaba con pronunciar la formula en común para saberse vinculados en el mágico solar patrio de Yahvé, el Dios tribal. 

Jean Améry 
El dinero puede también ser un sucedáneo de la patria, aclara Améry. Todavía me parece ver al judío de Amberes, dice el autor, que huyendo en 1940 de los ocupantes alemanes se sentó sobre un prado de Flandes, sacó del zapato su fajo de dólares y se puso a contarlos con un fervor contenido. ¡Qué fortuna para usted llevar consigo tanto dinero en efectivo!, le dijo un compañero muerto de envidia. A lo que el contador de billetes, en un yiddish salpicado de flamenco, contestó con aire de dignidad: «In dezen tijd behoord de mens bij zijn geld». En los tiempos que corren el hombre no es nada sin capital. Llevaba la patria consigo en buena divisa americana: ubi dollar ibi patria. 

También la fama y el prestigio pueden temporalmente
sustituir a la patria. En las memorias de Heinrich Mann se leen estas lineas: “Alguien mencionó mi nombre al alcalde de París. Se dirigió hacia mí con los brazos extendidos: ¡C’est vous, l’auteur de l’Ange Bleul! Es la cima de la gloria”. El gran escritor contaba la anécdota con ironía, pues sin duda le había ofendido que una personalidad francesa sólo le conociese por la adaptación al cine de una novela cuyo verdadero título desconocía. Heinrich Mann vivía amparado en la patria de la fama, por más que ésta sólo asomara graciosamente en las piernas de la Dietrich.

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