viernes, 2 de febrero de 2018

Ni los cantos encendidos de la lírica, ni las honduras filosóficas van a producir la desaparición de la religión.


Escribe el profesor  Angel Cristobal Montes que en todo momento, por encima o por debajo de la poesía, la filosofía y la ciencia, la religión, esa particular relación de la criatura humana con Dios o, rectius, con la idea de Dios, se halle presente, condicionando grandemente todo lo que atañe al hombre y a su proyección vital en todos los órdenes, hasta el punto de que cuando debeladoramente se proclama “Dios ha muerto” (Nietzsche), de inmediato se señale que, pese a ello, “su lugar le ha sobrevivido” (Bloch). Y es que por más que, en palabras de Hegel, “el hombre va negando a Dios en la medida en que se afirma a sí mismo”, algo que, parece, debería producir una especie de disolución de Dios
en las cosas o, si se prefiere, una suerte de dulce e inane panteísmo, lo cierto es que ni los cantos encendidos de la lírica, ni las honduras filosóficas, ni los prodigios de la ciencia han producido ni parece vayan a producir el apartamiento y menos la desaparición de la religión, porque el hombre continua teniendo abierta la brecha del dolor y la insatisfacción anímicos, quizá, en el sentir de Kant, en razón de que “Dios existe debería significar, expresado con mayor precisión, algo existente es Dios”.

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