lunes, 3 de julio de 2017

El espectáculo se transformó en nuestro modo de vida y nuestra visión del mundo.

Guy Debord
Guy Debord vislumbró en tono profético en el año 1967, cuando vaticinó que el arte de la conversación había muerto y que pronto fenecerían todos sus practicantes, porque el espectáculo era “lo opuesto al diálogo”. Digno representante de aquella enérgica generación contracultural que un año más tarde desataría el episodio conocido como Mayo Francés, ese autor denunciaba la primacía del espectáculo como “el sol que jamás se pone en el imperio de la pasividad moderna”. 

La sociedad del espectáculo de Guy Debord 
Más que un conjunto de imágenes, el espectáculo se transformó en nuestro modo de vida y nuestra visión del mundo, en la forma en que nos relacionamos unos con otros e incluso la manera como se organiza el universo. Todo está impregnado por el espectáculo, sin dejar prácticamente nada afuera. Los contornos de esa gelatinosa definición superan lo que se muestra en los medios masivos, porque el espectáculo “recubre toda la superficie del mundo y se baña indefinidamente en su propia gloria”. Por eso, en vez de limitarse al aluvión de imágenes que se exhiben en las pantallas y que trituran las viejas potencias de las palabras, sean escritas o conversadas, el espectáculo es la transformación del mundo en esas imágenes. Y más aún, “es capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”.

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