sábado, 22 de julio de 2017

1917. Un tren lleva a bordo el virus de la revolución.

1917 se inaugura bajo los peores auspicios. Las huelgas obreras en las fábricas y las deserciones masivas en el ejército ponen al país al borde del caos y de la anarquía. En marzo las huelgas paralizan Petrogrado y el Parlamento (la Duma) se disuelve, pero el zar Nicolás II está atornillado a la poltrona y no abdica, a pesar de que desde todas las instancias se exige su retirada.
1917.Revolución rusa.

Los obreros amotinados detienen el tren del zar. Nicolás cede al fin y abdica en el zarevitch Alexis. Cuando le hacen ver que su hemofílico hijo es demasiado endeble para sostener la corona en tiempos tan revueltos, designa a su hermano menor, el gran duque Miguel, prestigioso general de cosacos. Tremenda complicación para el elegido, que se había apartado de la corte para vivir apaciblemente con su amante Natalia Sheremétievskaya, una estupenda señora, aunque rechazada por la aristocracia porque no es noble y tiene un pasado (dos maridos y algún amante). Miguel rechaza la oferta con el argumento de que sólo aceptará la corona si se la entrega el Parlamento. Rusia se queda sin zar.


9 de abril de 1917. Un tren especial atraviesa Alemania sin detenerse más que para repostar agua en las estaciones de Mannheim, Frankfurt, Berlín y Sassnitz. Este tren lleva a bordo el virus de la revolución; por eso las autoridades germanas han sellado ciertos vagones. Ese virus es Vladímir Ilich Lenin, un hombrecillo calvo, con perilla, los ojos rasgados, de aspecto caucasiano, que viaja con un reducido séquito en el que ponen la nota femenina su esposa legítima, Nadezhda Krúpskaya, y su amante, Inessa Armand.

Lenin y su nutrido séquito (los treinta y dos camaradas que
lo acompañan) toman un barco que los lleva a Malmö, en la costa sueca. Finalmente la comitiva penetra en Rusia por Finlandia, en trineos, para llegar, días después, a Petrogrado. Lenin aparece en público, recibe a los periodistas, realiza declaraciones que se divulgan impresas por toda Rusia. Los socialistas se le entregan. En sus manos, la errática revolución bolchevique se transforma en un movimiento organizado y eficaz. Gracias a la secreta financiación alemana, los revolucionarios, que antes de la guerra tenían que mantenerse atracando bancos, disponen de una línea de crédito casi ilimitada con la que financian periódicos y arman a su Guardia Roja. El bolchevismo crece como la espuma. En pocos meses se hace con el control de la revolución.

Mientras el frente se desploma, el gobierno de Kérenski asiste perplejo a la disolución del régimen zarista. El 25 de octubre (para nosotros el 6 de noviembre), en plena anarquía, estalla la Revolución de Octubre. Los bolcheviques controlan buena parte de la capital. Al atardecer, el crucero Aurora se sitúa frente al palacio real, ahora sede del gobierno provisional ruso, apunta con el cañón de popa y dispara una salva de fogueo. Un cañonazo
crucero Aurora
de grueso calibre casi a quemarropa impone. Aunque no lleve bala. Kérenski se acongoja y renuncia al cargo. Su gobierno dimite igualmente. 

Ministros, directores generales, subsecretarios y barandas abandonan los palacios del gobierno y huyen de la capital. Rusia no se disuelve en la anarquía porque el providencial Lenin ocupa el vacío de poder como presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Su flamante comisario de Asuntos Exteriores, León Trostki, contacta de inmediato con los alemanes para iniciar unas laboriosas negociaciones de paz. El 3 de marzo de 1918, firman en Brest-Litovsk, cuartel general alemán en Oriente.

*Fuente:La Primera Guerra Mundial contada para escépticos (Juan Eslava Galán)


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