viernes, 2 de junio de 2017

En el gobierno, los más aptos son los más hábiles en hacer apelaciones demagógicas a los votantes.

Escritores que se quejan de las vilezas y tretas de la publicidad no  suelen criticar a la publicidad de las campañas políticas, donde sus acusaciones resultarían relevantes. Como  escribe Schumpeter en su libro Capitalism, Socialism and Democracy, “la imagen de la mujer más bella del mundo resulta inútil a largo plazo para mantener las ventas de un mal cigarrillo. No hay una protección equivalente en el caso de las decisiones políticas. Muchas decisiones de importancia vital son de una naturaleza que hace imposible que el público experimente con ellas a su antojo y con un coste moderado. Sin embargo, aunque esto sea posible, en general no es tan sencillo hacerse una opinión como en el caso del cigarrillo, porque los efectos son menso fáciles de interpretar”.

El economista Murray Rothbard dice que en el mercado, los
Murray Rothbard
más aptos son los más capaces de servir a los consumidores; en el gobierno, los más aptos son los más dispuestos a ejercer la coerción o los más hábiles en hacer apelaciones demagógicas a los votantes. En el mercado el individuo está constantemente manifestando su elección de comprar o no comprar, vender o no vender, en el curso de decisiones absolutas relativas a su propiedad. El votante, al votar a un candidato en particular, solo muestra una preferencia relativa sobre uno o dos potenciales gobernantes, debe hacerlo dentro del marco de una regla coercitiva de que, vote o no, uno de esos hombre el gobernará durante los siguientes años.


Difícilmente puede decirse en una democracia que quienes no voten apoyan a los gobernantes y es imposible decirlo de los votantes del bando perdedor. Pero incluso quienes votaron por los ganadores bien pueden haberles apoyado simplemente como “el menor de dos males”. La cuestión es, ¿Por qué tienen que votar por algún mal? La gente no usa nunca estos términos cuando actúan libremente para sí mismos o cuando adquieren bienes en un mercado libre. Nadie piensa en su nuevo traje o su nuevo refrigerador como en un “mal” (mayor o menor). En estos casos la gente piensa que está comprando “bienes”, no apoyando resignadamente un mal menor. Lo que pasa es que el público nunca tiene la oportunidad de votar el propio sistema del Estado, dice Rothbard, están atrapados en un sistema en el que la coerción es inevitable.

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