miércoles, 7 de junio de 2017

Desaparición de la República Democrática Alemana.


Después de la caída del Muro los medios alemanes dijeron de Alemania del Este que había sido “el estado-espía más perfecto de todos los tiempos”. En total la Stasi tuvo 97.000 trabajadores, más que suficiente para vigilar un país de 17 millones de personas. Pero también disponía de más de 173.000 confidentes repartidos entre la población.En la RDA, había un agente o un confidente de la Stasi por cada 63 personas. Si incluimos a los confidentes ocasionales, algunos estiman que había una proporción de un informante por cada 6,5 ciudadanos.

Hacia mediados de 1989 las manifestaciones de después de las reuniones para la oración de los lunes en la Nikolaikirche de Leipzig se propagaron por todo el país. La gente protestaba por las restricciones para viajar, por la escasez de bienes básicos y por la alteración de los resultados electorales. Estas protestas los llevaron ante las sedes de los representantes más significativos del régimen, no del Partido, sino de la Stasi. En agosto, los húngaros cortaron el alambre de espino de la frontera con Austria, creando así el primer hueco en el Bloque oriental. Miles de alemanes orientales acudieron hasta allí en masa y cruzaron la frontera, llorando de alivio y rabia. Otros tantos viajaron hasta las embajadas de la RFA en Praga y Varsovia y acamparon a las puertas, lo que generó una pesadilla diplomática para las relaciones entre las Alemanias. Al final, el régimen accedió a dejarlos ir, bajo la condición de que los trenes que los llevaran a Alemania Occidental tendrían que atravesar la RDA. Honecker, Jefe de Estado de la RDA, esperaba humillar así a los expulsados confiscándoles los
Erich Honecker
documentos de identidad. Y quería que temiesen  que iban a parar los trenes y a arrestar a los pasajeros. Le salió el tiro por la culata. La gente de los trenes rompió sus documentos con lágrimas de alegría. Miles de personas fueron en bandada a las estaciones para ver si podían subirse a alguno y para celebrarlo con sus compatriotas.Los hospitales pedían más sangre. La gente hacía el testamento y, antes de ir a las manifestaciones, les decían a sus hijos cosas que querían que recordasen. Había rumores de que habría tanques y helicópteros y cañones de agua, pero también estaban las postales de los amigos que habían conseguido llegar al Oeste. La gente se echó a las calles. Honecker ordenó que se acabase, de raíz, con los contrarrevolucionarios de Leipzig. “Nada puede entorpecer, decía, el progreso del socialismo”. El 8 de octubre se envió órdenes a las divisiones locales de la Stasi.  En las sedes regionales tenían 60.000 revólveres, más de 30.000 metralletas, granadas, rifles de precisión, armas antitanques y gases lacrimógenos. El miedo al linchamiento no tardó en propagarse. A los policías de Leipzig les enseñaron fotos de un agente chino inmolado por la turba en la plaza de Tiananmen y les dijeron: “O vosotros o ellos”. Pero también se les ordenó que no disparasen ni utilizasen la violencia.

Mijaíl Gorbachov junto a Honecker
El 7 de octubre de 1989, la RDA celebraba sus cuarenta años de existencia con ostentosos desfiles por Berlín. Había un mar de banderas rojas, un desfile con antorchas y tanques.  Mijaíl Gorbachov estaba junto a Honecker, pero parecía incómodo entre los alemanes. Había venido para decirles que se había acabado, para convencer a los líderes de que adoptasen las políticas reformistas que estaba llevando a cabo. Había hablado abiertamente sobre los peligros de “no atenerse a la realidad”. En una clara indirecta le había dicho al politburó que “la vida castiga a los que llegan tarde”. Honecker y Mielke, jefe de la Stasi, no le hicieron caso. 
El 9 de octubre, 70.000 manifestantes salieron de noche, cubiertos con grandes abrigos y portando velas. Se apostaron ante la Runde Ecke para hacer sus peticiones. “¡Desenmascarad a los confidentes de la Stasi!”, “No somos alborotadores, somos el Pueblo”, y una consigna constante y constante, la no violencia. A partir de esa noche las manifestaciones fueron a más y de forma clandestina llegaron grabaciones de estas hasta el Oeste. Pero incluso en las ciudades más pequeñas, los funcionarios de la Stasi continuaban su trabajo atrincherados allí; con su habitual fidelidad, mandaban sus informes a Berlín constatando las peticiones de la muchedumbre. Los intentos del Partido por cambiar su imagen llegaron demasiado tarde. El 17 de octubre, Honecker fue sustituido por uno de sus diputados, Egon Krenz, quien tenía la misma mala fama. El 8 de noviembre se empezaría un proceso contra Honecker por abuso de poder y corrupción.

No somos alborotadores, somos el Pueblo

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