lunes, 30 de enero de 2017

Mi conciencia trasciende mi mero ser hombre.

Maria von Ebner-Eschenbach
Frase imperativa de Maria von Ebner-Eschenbach: «Sé dueño de tu voluntad y siervo de tu conciencia». De esta frase, de esta exigencia ética, partimos para explicar lo que entendemos por trascendencia de la conciencia, escribe Viktor Frankl en su libro La presencia ignorada de Dios. He aquí la forma que toman nuestras reflexiones:”Sé dueño de tu voluntad…”. Dueño de mi voluntad lo soy ya por el hecho de ser hombre, pero con la condición al mismo tiempo de entender debidamente este mi ser hombre, de comprenderlo precisamente como ser libre, de concebir todo mi ser existente como plenamente ser responsable. Empero si además he de ser “siervo de mi conciencia”, más aún, si he de poderlo ser en absoluto, la conciencia entonces debe ser otra cosa, algo distinto de mí mismo; tiene que ser algo que esté por encima del hombre, este hombre que escucha “la voz de la conciencia”; tiene que ser algo extrahumano. Dicho de otra manera, sólo podré ser siervo de mi conciencia si, al entenderme a mí mismo, entiendo esta última como un fenómeno que trasciende mi mero ser hombre, y por tanto me comprendo a mí mismo, comprendo mi existencia, a partir de la trascendencia. Así pues, no he de concebir el fenómeno de la conciencia simplemente en su facticidad psicológica, sino en su trascendentalidad esencial; sólo puedo por tanto ser propiamente “siervo de mi conciencia” cuando el intercambio con esta es un auténtico diálogo, por consiguiente más que un mero monólogo, cuando mi conciencia es algo más que mi propio yo, cuando es portavoz de algo distinto de mí mismo.

Victor Frankl.
La conciencia como hecho psicológico inmanente nos remite, pues, ya por sí misma a la trascendencia; es decir que sólo puede entenderse a partir de la trascendencia, únicamente como un fenómeno él mismo de alguna manera trascendente, dice Frankl.La conciencia sólo se nos hace comprensible a partir de una región extrahumana, y sólo, por lo tanto, propia y plenamente cuando comprendemos al hombre en su condición de criatura, de tal modo que podamos decir: Como señor de mi voluntad soy creador, como siervo de mi conciencia soy criatura. En otras palabras, para explicar la condición humana de ser libre basta la existencialidad; para explicar la condición humana de ser responsable debo empero remitirme a la trascendentalidad del tener conciencia.


El hombre irreligioso no es sino aquel que ignora esta trascendencia de la conciencia. Porque también el hombre irreligioso tiene, en efecto, conciencia, también él tiene responsabilidad; sólo que no pregunta más allá, no pregunta ni por el “ante qué”, de su responsabilidad ni por el “de dónde” de su conciencia.El hombre irreligioso se ha detenido antes de tiempo en su camino en busca de sentido porque no ha ido, no ha preguntado más allá de la conciencia. Es como si hubiera llegado a una cumbre inmediatamente inferior a la más alta. ¿Por qué no sigue adelante? Porque no quiere dejar de seguir teniendo “tierra firme bajo sus pies”; porque la verdadera cima se esconde a su vista, se halla oculta por la niebla, y en esta niebla, en esto desconocido, nuestro hombre no se atreve a internarse. A ello sólo se atreve precisamente el hombre religioso, cuenta Frankl.


Sé dueño de tu voluntad y siervo de tu conciencia

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