domingo, 15 de enero de 2017

El amor encendió el contrafuego.

François Mauriac
Cada vicio particular lleva distintivo sobre el ganado de sus fieles, escribe François Mauriac. El día del juicio les sorprenderá juntos y no será preciso hacer sonar la trompeta para llamarles desde los cuatro puntos del globo. El sombrío racimo de cada enjambre está ya formado de antemano, y al ángel negro sólo le bastará apoderarse de ellos. Aun cuando el cemento de un vicio común les una hasta confundirlos, la envidia, los celos, el odio excavan entre ellos verdaderos abismos. Y su locura consiste no en sentirse victoriosos, sino en la tortura que se infligen unos a otros.


María Magdalena.
Y añade Mauriac que es muy verdad que el misterio de la herencia nos obliga a creer en un correspondiente misterio de misericordia. Existen razas poseídas, dice. La muerte de un ser caído no destruye el germen de su caída. Todos los hijos de su carne son asimismo los hijos de su concupiscencia, encargados de transmitir la horrible antorcha a quien salga de ellos. Para huir de esta pesadilla, basta con contemplar el alma penitente liberada de los siete demonios. María Magdalena triunfó de las fatalidades de la carne. El amor, no pudiendo ser vencido más que por el amor, encendió el contrafuego.

La muerte de un ser caído no destruye el germen de su caída.

El misterio de la herencia nos obliga a creer en un correspondiente misterio de misericordia.


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