martes, 17 de enero de 2017

La temperancia en el matrimonio.

J. R. R. Tolkien
En una carta dirigida a C. S. Lewis, Tolkien escribió que el matrimonio cristiano no es una prohibición del contacto sexual, sino la manera de su temperancia; de hecho, probablemente la mejor manera de obtener un placer sexual más satisfactorio, así como la temperancia alcohólica es la mejor manera de disfrutar el vino y la cerveza. Con esto Tolkien no hacía más que repetir las doctrinas de la Iglesia Catolica, procedentes de la Ética de Aristóteles vía santo Tomás de Aquino. El placer sexual es algo bueno y un don de Dios, pero la temperancia sexual es necesaria porque el hombre no sólo vive de sexo. La temperancia es el camino moderado entre la mojigatería y la lascivia, los dos extremos de la obsesión sexual.
C.S. Lewis

Tolkien se embarca en una digresión sobre el sacrificio dentro del matrimonio: Sin embargo, la esencia de un mundo caído consiste en que lo mejor no puede obtenerse mediante el libre gozo o mediante lo que se llama autorrealización (por lo general, un bonito nombre con que se designa la autocomplacencia, por completo enemiga de la realización de otros “autos”), sino mediante la negación y el sufrimiento. La fidelidad en el matrimonio cristiano implica una gran mortificación… No hay hombre, por fielmente que haya amado a su prometida y novia cuando joven, que le haya sido fiel ya convertida en su esposa en cuerpo y alma sin un ejercicio deliberadamente consciente de la voluntad, sin autonegación. A muy pocos se les advierte eso, aun a los que han sido criados en la Iglesia. Los que están fuera de ella rara vez parecen haberlo escuchado. Cuando el hechizo desaparece o sólo se vuelve algo ligero, piensan que han cometido un error y que no han encontrado todavía la verdadera compañera del alma. Con demasiada frecuencia la verdadera compañera del alma es la primera mujer sexualmente atractiva que se presenta. Alguien con quien podrían casarse muy provechosamente con que sólo… De ahí el divorcio, que procura ese “con que sólo”… Pero el “verdadero compañero del alma” es aquel con el que se está casado de hecho… sólo la más feliz de las suertes reúne al hombre y la mujer que están, por decirlo así, mutuamente destinados, y son capaces de un amor grande y profundo. La idea todavía nos deslumbra, nos coge por el cuello; se han escrito sobre el tema una multitud de poemas e historias, más, probablemente, que el total de tales amores en la vida real. Sin embargo, los más grandes de esos cuentos no nos hablan del feliz matrimonio de esos grandes enamorados, sino de su trágica separación; como si aun en esta esfera lo en verdad grande y profundo en este mundo caído sólo se lograra por el fracaso y el sufrimiento. En este gran amor inevitable, a menudo amor a primera vista, tenemos un atisbo, supongo, del matrimonio tal como habría sido en un mundo que no hubiera caído. En éste tenemos como únicas guías la prudencia, la sabiduría (rara en la juventud, demasiado tardía en la vejez), la limpieza de corazón y la fidelidad de voluntad…

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