jueves, 31 de marzo de 2016

También los reformistas persiguieron a los que no pensaban como ellos.

El otro día leía en un periódico como la Iglesia Católica había sido intransigente y “malévola” al no admitir la propagación del protestantismo en los países  europeos denominados católicos. En realidad más que la Iglesia, los que lucharon contra la Reforma fueron los poderes temporales de cada uno de los territorios.

Concilio de Trento.
Pero esto no solo ocurrió en los países católicos, también hubo una autentica persecución contra los católicos en los países que se encontraban bajo la autoridad de los reformistas. 

Isabel I de Inglaterra.
Enrique VIII que se autoproclamó cabeza de la nueva Iglesia anglicana, hizo matar a 72. 000 católicos. Su hija Isabel I, en muy pocos años, y también en nombre de un cristianismo reformado, causó más víctimas que la Inquisición española y romana juntas a lo largo de tres siglos. Desde Ginebra, Calvino enviaba a Inglaterra mensajes con los que incitaba al exterminio: “Quien no quiere matar a los papistas es un traidor: salva al lobo y deja inermes a las ovejas”. 

Calvino.
No sólo los ingleses que permanecieron fieles a Roma conocieron esta política sino también los irlandeses, a los cuales no sólo se les negó la vida y los derechos civiles (¡hasta 1913!) sino que incluso se les robó la tierra. ¿Quién recuerda que las raíces del drama de la isla que aún continúa en nuestros días procede de la decisión de Cromwell de instalar en el Ulster, por la fuerza y con fines anticatólicos, a los presbiterianos?

El pastor valdense Vittorio Subilia, presidente de la Facultad de Teología de su Iglesia y director de la respetada revista Protestantismo dijo que “nunca será posible la unión sin que todos los cristianos se conviertan a Cristo”.

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