viernes, 25 de marzo de 2016

El Cadaver.




Él colgaba ahora pesadamente, sin la tensión muscular que antes le mantenía erguido. La cabeza caía sobre el pecho y los brazos, estirados como dos cuerdas flojas. El color morado del rostro se había convertido en lívido. Veía sobre mí unos ojos medio entornados y unos labios entreabiertos entre los que brillaban los dientes… El cuerpo, en el último espasmo, se había retorcido horriblemente. Comparados con la contracción de este cuerpo, los otros dos parecían esculturas griegas. Aquí no había ninguna proporción, ninguna armonía .Como si antes de morir en la cruz hubiera sido atacado por la lepra y la parálisis. Como si todas las enfermedades del mundo se hubieran concentrado en él… En esta muerte no había ninguna dignidad. Era sólo un espeluznante horror que uno sentía deseos de cubrir con algo lo más pronto posible…

Los otros dos aún seguían vivos; los veía ahogarse con las últimas bocanadas de aire… En breve morirían y serían como él. Uno de los consuelos ante la muerte es nuestra fe en su majestad… ¡Pero en realidad no tiene ninguna! Nos morimos en un acto de rebeldía. Toda la desesperación de esta última lucha se pintaba en aquel rostro que colgaba sobre mí.


No podía dejar de mirarle. ¿Conoces la fuerza de atracción de un espejo y la incomprensible necesidad de hacer muecas ante él? Este cuerpo parecía un espejo. Veía en él mi propia cara. No lograba apartarme de su lado. Me parecía que me quedaría allí para siempre. Lo que en la persona viva era horrible, ahora, muerto ya, se había vuelto repugnante… No le reprocho haber muerto. ¡Pero no puedo perdonarle que lo haya hecho de este modo! Sobre aquel palo habían muerto decenas de personas. Igual que él habían dejado escapar sus últimos ronquidos y estertores, su hipo, su rechinar de dientes… Y de pronto quedaban colgados, exánimes… No le sirvió de nada mi proximidad. Nos morimos solos.Lejos de mí y tan cerca… Como si su muerte… (Jan Dobraczynski)


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