sábado, 12 de marzo de 2016

El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico.

He visto en estas las ultimas semanas algunos capítulos de la serie Boss. La serie sigue la historia de Tom Kane, alcalde de la ciudad de Chicago, quien usa astucia, violencia y un puño de hierro para conseguir sus objetivos y usar a todos aquellos que considera útiles para sus fines, aunque una vez utilizados se desprende de ellos como si fueran pañuelos de papel.

Viéndola no tuve mas remedio que volver a leer Evangelium Vitae del Papa Juan Pablo II:
El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol:”Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene” (Rm 1, 28). 

Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada “calidad de vida” se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas(relacionales, espirituales y religiosas) de la existencia. En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es censurado, rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo.

El cuerpo….se reduce a pura materialidad: está simplemente compuesto de órganos, funciones y energías que hay que usar según criterios de mero goce y eficiencia. Por consiguiente, también la sexualidad se despersonaliza e instrumentaliza: de signo, lugar y lenguaje del amor, es decir, del don de sí mismo y de la acogida del otro según toda la riqueza de la persona, pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Así se deforma y falsifica el contenido originario de la sexualidad humana, y los dos significados, unitivo y procreativo, innatos a la naturaleza misma del acto conyugal, son separados artificialmente. De este modo, se traiciona la unión y la fecundidad se somete al arbitrio del hombre y de la mujer. La procreación se convierte entonces en el enemigo a evitar en la práctica de la sexualidad. Cuando se acepta, es sólo porque manifiesta el propio deseo, o incluso la propia voluntad, de tener un hijo a toda costa, y no, en cambio, por expresar la total acogida del otro y, por tanto, la apertura a la riqueza de vida de la que el hijo es portador.


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