viernes, 27 de octubre de 2023

La Revolución Francesa cambió la naturaleza de la soberanía de Europa

La Revolución Francesa había cambiado de manera fundamental la naturaleza de la soberanía de Europa. En los siglos XVII y XVIII, una causa principal, quizá incluso la causa principal de las guerras europeas, había sido las disputas dinásticas surgidas a la muerte de un determinado soberano, piénsese en la guerra de Sucesión española o en la guerra de Sucesión austríaca. Las cosas ya no serían así a partir de 1815. Pese a la insistencia de monarcas como Luis XVIII o Alejandro I en el derecho divino que los asistía para reinar, la base de la soberanía había pasado de manera perceptible de los individuos y las familias a las naciones y los estados. Antes de 1815, se consideraba que todos los tratados internacionales quedaban invalidados a la muerte del soberano, y para que no caducaran tenían que ser renovados de inmediato con la firma del nuevo monarca. A partir de 1815, esta norma dejaría de aplicarse. Tratados como los de 1814-1815 fueron concluidos entre estados, no entre monarcas individuales, y mantendrían su validez a menos que o hasta que una u otra parte los rompiera deliberadamente. El príncipe o gobernante se convirtió, de hecho, en el ejecutor de la soberanía nacional o estatal, garantizada por la conformidad internacional con la fuerza virtual de la ley. Por supuesto que también habría disputas sucesorias a lo largo del siglo XIX, en particular en España y Schleswig-Holstein, pero su fuerza se basó en gran medida en la explotación que de ellas hicieron los gobiernos estatales con fines nacionales, y por sí solas no tuvieron un verdadero impacto. Los casamientos dinásticos quedaron reducidos a meros símbolos de amistad entre las naciones. Análogamente, los ejércitos debían lealtad ahora al Estado, no a un soberano individual; el viejo sistema de ejércitos mercenarios y de soldados que vendían sus servicios al mejor postor, habitual en el siglo XVIII, había desaparecido para siempre. Los soberanos recién restaurados en el trono tendrían que adaptarse o morir. La década de 1820 demostraría que muchos de ellos no habían aprendido la lección, escribe Richard John Evans, historiador y profesor británico.

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