martes, 31 de marzo de 2020

Al examinar el estilo de un compositor, debemos tener en cuenta su personalidad tal como la refleja la época en que vivió



Una de las características del estilo de Beethoven es la rudeza. Beethoven, como hombre, tenía fama de ser un individuo brusco y rudo. En todo caso, por el solo testimonio de su música sabemos que es un compositor de carácter osado y tosco, una verdadera antítesis de lo suave y lo melifluo. Pero además, ese carácter rudo de Beethoven adoptó diferente expresión en los diferentes periodos de la vida del compositor. Para el compositor estadounidense Aaron Copland “la rudeza de la Primera Sinfonía es diferente de la de la Novena. Es una diferencia de épocas. El primer Beethoven era rudo dentro de los límites de una manera clásica dieciochesca, mientras que el Beethoven maduro experimentó la influencia de las tendencias liberadoras del siglo XIX. Por eso es por lo que, al examinar el estilo de un compositor, debemos tener en cuenta su personalidad tal como la refleja la época en que vivió. Hay tantos estilos como compositores, y cada compositor importante tiene varios estilos diferentes que corresponden a las influencias de su tiempo y a la maduración de su propia personalidad”.

Aaron Copland
“Por otra parte, dice Copland, lo que oye el auditor no es tanto el compositor como el concepto que del compositor tiene el intérprete. El contacto del escritor con su lector es directo; el cuadro del pintor no necesita más, para que se vea, que colgarlo bien. Pero la música, al igual que el teatro, es un arte que, para que viva, necesita ser reinterpretado. El intérprete existe para servir al compositor, para asimilar y volver a crear el mensaje del compositor. Cada composición tiene su propio estilo, al cual debe ser fiel el intérprete. Pero cada intérprete tiene también su personalidad propia, de modo que el estilo de una pieza lo oímos tal como lo refracta la personalidad del intérprete.”

Los compositores y los intérpretes quieren sobre todo auditores que se entreguen plenamente a la música que están oyendo. Virgil Thomson describió una vez el oyente ideal como “la persona que aplaude vigorosamente”. Con ese bon mot quiso dar a entender que el auditor que en realidad se mete en la música es el único que tiene importancia para la música o los que hacen música.

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