martes, 16 de julio de 2019

Pudor



Hay un pudor del bien y un pudor del mal, escribe el filósofo suizo Henri Frédéric Amiel. Este es el que el pecador siente ante Dios, ante la pureza y la inocencia. Aquél impide echar perlas a los cerdos. El pudor es el preservativo puesto por la naturaleza alrededor de lo que, siendo precioso, debe sin embargo perderse, pero perderse volviéndose a encontrar… en el amor. El pudor es un fénix que se consume en el amor, pero para renacer de la hoguera. El pudor es la esfinge que guarda los tesoros de (reservados a) el amor (verdadero), y sólo éste conoce las palabras mágicas que le pondrán en posesión del tesoro prohibido. Pudor del alma. Temor a profanarse y a profanar. Hacerse puro, casto, santo, para entrar en relación con lo puro y divino. Existe indignidad en el hecho de hablar de Dios sin sentir a Dios en sí mismo, en hablar de santidad, de resignación, de amor, de éxtasis, de oración, de todas las relaciones orgánicas, íntimas, misteriosamente personales del hombre con Dios, del alma con las otras almas, sin estar uno mismo en ese medio.

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