lunes, 22 de julio de 2019

Actor



El arte del actor, dice Denis Diderot, exige “gran número de cualidades que la naturaleza reúne tan pocas veces en una misma persona, que abundan más los grandes autores que los grandes comediantes”.

“Tengo en alta estima el talento de un gran artista, escribe Diderot, pienso con melancolía que ese hombre es raro… En efecto, es tanto más raro, y tanto más grande cuando aparece, cuanto el oficio ejercido amenaza más a la persona humana, a su integridad, a su elevación. Shakespeare dice (Hamlet, Acto 2.º Escena II) que la naturaleza del comediante es contra natura, que es horrible y, al mismo tiempo, admirable. Lo expresa con una sola palabra: Monstruous. El comediante se expone a perder su rostro, y a perder su alma. Los encuentra falseados o no los encuentra, en el momento en que los necesita para volver a si mismo.
Sus rasgos no se componen, su apariencia y su verba permanecen demasiado libres, desligados, como separados del alma. El alma misma, a menudo desconcertada en exceso por la representación, demasiado ejercitada, gastada más allá de lo normal por imaginarias pasiones, deformada por costumbres ficticias, pisa en falso en la vida real. El ser entero del actor conserva, en este mundo humano, los estigmas de un comercio extraño. Al volver de la escena parece salir de otro mundo.

“Decíais, añade Diderot, que un actor entra en un papel, que se desliza en la piel de un personaje. Me parece que esto no es exacto. Es el personaje quien se acerca al comediante, quien le pide todo lo que necesita para vivir a sus expensas, y que poco a poco lo reemplaza en su piel. El artista trata de dejarle en libertad de acción. No basta con ver bien un personaje, ni con comprenderlo bien, para ser capaz de convertirse en ese personaje. Tampoco es suficiente con poseerlo, para darle vida. Él debe ser el poseedor”.

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