miércoles, 27 de junio de 2018

La propaganda engalanó la imagen de Hitler como la esperanza de millones de personas.

La propaganda nazi supo conjugar la demonización de los enemigos políticos y raciales con un llamamiento emocional vagamente expresado, pero extraordinariamente poderoso, a la regeneración y la unidad nacional. Invocaba la unidad nacional que había existido (aunque por un breve momento) en 1914, y la “comunidad de trinchera” de los soldados del frente durante la guerra, con la finalidad, decía, de crear una “comunidad popular” de la gente de etnia alemana que trascendiera todas las divisiones internas. Se trataba de un simbolismo eficaz, cuenta el historiador Ian Kershaw; los votantes no buscaban en su mayoría un programa coherente, ni una serie de reformas limitadas del gobierno. El partido de Hitler les resultaba atractivo porque prometía un comienzo radicalmente nuevo mediante la eliminación total del viejo sistema. Los nazis no pretendían corregir lo que presentaban como un sistema moribundo o podrido; afirmaban que iban a erradicarlo y a construir una Alemania nueva a partir de sus ruinas. No proponían derrotar a sus adversarios; amenazaban con destruirlos por completo. 
El mensaje resultaba atractivo precisamente por su radicalismo. Los alemanes respetables de clase media, estaban ahora dispuestos a tolerar la violencia nazi siempre y cuando fuera dirigida contra los odiados socialistas y comunistas, o contra los judíos (considerados en general, y no sólo por los nazis más fervorosos, demasiado poderosos y una fuerza maléfica dentro de Alemania). La clase media veía en la violencia una consecuencia colateral de un objetivo absolutamente positivo, la causa de la renovación nacional.

Lo que atrajo a los votantes en el momento de la Gran Depresión fue la promesa del fin de la miseria que, a su juicio, había creado la democracia de Weimar, la destrucción de los responsables de la lamentable situación de Alemania y la creación de un nuevo orden social basado en una “comunidad popular” nacional que construyera el poder, el orgullo y la prosperidad de la Alemania del futuro. La propaganda engalanó la imagen de Hitler como el único hombre capaz de lograr este objetivo, como la esperanza de millones de personas, según decía el eslogan de las elecciones de 1932.

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