jueves, 7 de junio de 2018

La amenaza a Occidente no viene del islamismo radical, sino de la falta de comprensión de nuestro propio legado cultural.

Nihal Bengisu Karaca
¿Es el pañuelo o el velo simplemente una expresión de fe personal, que toda sociedad occidentalizada debería tolerar por el principio de la libertad de expresión? ¿O bien se trata de un anticuado símbolo de la desigualdad sexual ordenada por el islam, que una sociedad laica debería prohibir? Algunos islamistas como la periodista Nihal Bengisu Karaca interpretan la cuestión como un tema de libertad individual y derechos humanos al decir que  quiere que se las trate igual que a las mujeres que no llevan el pañuelo. El argumento islamista es que cubrirse es solo una opción que no hace daño a nadie. La realidad es que promover el uso del pañuelo forma parte de una agenda más amplia para limitar los derechos de la mujer introduciendo la ley de la sharia. Hoy ya pueden ver en las calles de Ginebra burkas que cubren de negro a las mujeres que los llevan de pies a cabeza y les dejan tan solo una diminuta abertura para ver; una ocultación de su identidad tan absoluta que en 2010 la Asamblea Nacional francesa votó la prohibición absoluta de tales prendas de vestir en Francia.

Dos policías con su hiyab frente a la sede de New Scotland Yard, en Londres
Niall Ferguson escribe que hoy es común ver a mujeres con velo en las calles de Londres como camisetas del Manchester United en las de Shanghai. ¿Debería el resto de Europa seguir el ejemplo francés y prohibir el burka? ¿O acaso la sociedad de consumo de Occidente tiene un antídoto contra el velo tan eficaz como antaño lo fueron los vaqueros contra el pijama maoísta? Bien pensado, quizá estas no sean las preguntas correctas que hay que formular, puesto que implican que todos los logros de la civilización occidental, el capitalismo, la ciencia, el imperio de la ley y la democracia, han quedado reducidos a algo tan poco profundo como un punto de venta. Puede que la denominada terapia de compras no sea la respuesta a todos nuestros problemas. Y añade el profesor escocés que la amenaza última a Occidente no viene del islamismo radical, ni de ninguna otra fuente externa, sino de nuestra propia falta de comprensión de, y de fe en, nuestro propio legado cultural.

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