miércoles, 15 de marzo de 2017

Los japoneses prefieren tener un activísimo servicio de espionaje industrial.


El capital en Japón nunca depende de una sola persona, sino de un grupo familiar o vinculado por relaciones muy estrechas y muy comprometidas. En Japón son sagradas la honorabilidad, el cumplimiento de los pactos, el consenso entre todos, el secreto guardado en común. También los obreros poseen una mentalidad muy especial. Son trabajadores y ahorradores; contra lo que se cree, son más lentos que los occidentales, pero concienzudos. Una huelga se considera un acto tan grave, que los trabajadores, con todo respeto, insinúan la conveniencia de entablar negociaciones, que pueden durar años enteros, y siempre se resuelven con acuerdos honorables entre las dos partes. Los trabajadores japoneses están bien pagados, pero reclaman poco, no producen conflictos, y hasta el momento de la crisis no conocieron el paro. 


Comellas escribe que de la prudencia oriental también forma parte la falta de decisiones audaces, como las de los norteamericanos. Cada innovación técnica o productiva se estudia detenidamente, durante todo el tiempo necesario, hasta comprobar su viabilidad. Otro hecho típico de la empresa oriental es su no muy alta capacidad investigadora, los emprendedores japoneses prefieren tener un activísimo servicio de espionaje industrial. No hay invento de los occidentales que no copien, sin que aquellos lleguen a saber cómo lo han conseguido. Otra característica, menos común en Europa o América, es la estrecha relación entre las empresas y los bancos, hasta el punto de que muchas veces vienen a ser la misma cosa, o están íntimamente relacionados. La mayoría de los bancos son de inversión industrial, y a la hora de prestar a otros lo hacen en función del valor de las acciones de la empresa solicitante. Así, se favorece con preferencia al que tiene éxito, de lo cual redunda una acumulación de capitales y por tanto de reinversiones de las casas más afortunadas. El grande tiende a ser más grande, y el éxito es la principal fuente de prestigio. 



Una quiebra, cuenta Comellas, se considera una gravísima deshonra, que hay que pagar muchas veces con el suicidio. Pero quizá la mayor diferencia entre las economías orientales y las occidentales es la implicación del Estado. En este sentido, las economías de Japón, Corea, Taiwan o Singapur no son libres como en Europa o Norteamérica, están protegidas, tuteladas y a la vez controladas por el sector público. Son casi imposibles las quiebras, porque el estado interviene, con instrucciones y con dinero, para evitar tal deshonra. Se trata casi de una economía dirigida. Los norteamericanos distinguen entre el “capitalismo autoritario” de Oriente y el “capitalismo democrático” de Occidente (América y Europa). Bien entendido que el primero no es un capitalismo de estado, como en el antiguo bloque comunista, sino un capitalismo particular muy controlado y dirigido, con un enorme prurito proteccionista, por el sector público. Los estados ayudan con concesiones de dumping (primas a la exportación), que los países de Occidente, donde esas prácticas están desde hace tiempo prohibidas, tratan de combatir, para evitar una competencia que podría considerarse desleal.

El capital en Japón nunca depende de una sola persona, sino de un grupo familiar o vinculado por relaciones muy estrechas y muy comprometidas

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