martes, 28 de marzo de 2017

Él era el aire que temblaba, el aire que cantaba, el aire que se reflejaba en las bóvedas, el aire que se arremolinaba bajo la cúpula.

 Basílica de san Francisco el Grande de Madrid 
Hay distintas formas de descubrir que Dios está con nosotros. Una de ellas es la que nos cuenta el escritor y dramaturgo Éric-Emmanuel Schmitt en su libro El hijo de Noé: “Y en un segundo lo comprendí todo. Dios estaba allí. En todas partes, a nuestro alrededor. En todas partes, encima de nosotros. Él era el aire que temblaba, el aire que cantaba, el aire que se reflejaba en las bóvedas, el aire que se arremolinaba bajo la cúpula. Él era el aire que se bañaba en los tonos de las vidrieras, el aire que brillaba, el aire que seducía, el aire que olía a mirra, a cera de abejas y al jugo dulzón de los lirios. Y ese aire colmaba mi corazón, daba fuerza a mi corazón. Estaba llenando de Dios mis pulmones, llenándome de Él hasta casi los límites del desmayo”.

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