lunes, 13 de marzo de 2017

Hitler y Owens. Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.

Jesse Owens
Se ha dicho una y otra vez que Hitler abandonó el palco
enfurecido antes de la ceremonia de entrega de premios para no felicitar personalmente a Owens,el primer atleta de la historia en conseguir cuatro medallas de oro en unas Olimpiadas. Según la propia biografía de Owens, los hechos no se produjeron así, pero el mito es ya indestructible. En realidad, tras mostrarse muy efusivo en la primera jornada con los deportistas alemanes, Hitler obedeció las sugerencias del Comité Olímpico Internacional en materia de protocolo y no saludó a ningún atleta a partir de entonces. Cuando Owens derrotó a Long, no estaba previsto en ningún caso que el Führer tuviese que estrechar la mano del vencedor. No es la única leyenda falsa que circula sobre aquel día. 

Jesse Owens
Se ha escrito también que el estadio enmudeció con el triunfo del estadounidense, cuando en realidad se le premió con las mayores ovaciones de los Juegos. Sí es verdad que había acudido al estadio esperando un ambiente adverso y preparado para los peores insultos, pero no fue eso lo que después encontró. Se convirtió en una celebridad durante aquellos días en Alemania e incluso participó poco después en una exhibición atlética en Colonia. En realidad, en los años treinta el deporte no era todavía el foco de nacionalismo en que se convirtió décadas después. Menos aún en el caso de los Juegos Olímpicos, que aún mantenían buena parte del espíritu amateur y el fair-play con que nacieron a finales del siglo XIX. Puestos a desmitificar, tampoco es que Owens tuviese muy en cuenta la carga simbólica de su victoria. Él mismo destacó años después que, tras volver a Estados Unidos con las cuatro medallas, sufrió la discriminación habitual a la que eran sometidos los negros. No podía
sentarse en las filas delanteras del autobús ni vivir en barrios considerados de blancos. Llegó a afirmar que “no me
invitaron a darle la mano a Hitler, pero tampoco me invitaron a la Casa Blanca a darle la mano al presidente”. Efectivamente, Franklin Roosevelt no recibió a su mejor atleta en Washington y tuvieron que pasar casi cuatro décadas para que obtuviese el reconocimiento oficial del gobierno de su país.Su homenaje no llegó hasta 1978, dos años antes de morir.

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