viernes, 24 de febrero de 2017

La guerra en Oriente Medio.

Golda Meir
Golda Meir opinaba que la guerra en Oriente Medio duraría aún muchos, muchos años. “Y le diré por qué, añadía, por la indiferencia con que los dirigentes árabes envían a morir a
su propia gente, por lo poco que cuenta para ellos la vida humana, por la incapacidad de los pueblos árabes para rebelarse y decir basta. ¿Recuerda cuando Kruschev denunció los delitos de Stalin durante el vigésimo congreso del partido comunista? Se alzó una voz del fondo de la sala que dijo: “Compañero Kruschev, ¿y tú dónde estabas?”. Kruschev escrutó a los asistentes en busca de su rostro, no lo encontró y preguntó: “¿Quién ha hablado?”. Nadie contestó. “¿Quién ha hablado?”, preguntó de nuevo
Kruschev
Kruschev. Y tampoco esta vez nadie contestó. Entonces Kruschev exclamó: “Compañero, yo estaba donde tú estás ahora”. Pues bien, el pueblo árabe está precisamente donde estaba Kruschev, donde estaba el que lo acusaba sin atreverse a mostrar la cara. A la paz con los árabes sólo se podría llegar a través de una evolución por su parte, que incluyera la democracia. Pero vuelva a donde vuelva los ojos, no veo ni sombra de democracia. Veo solamente regímenes dictatoriales. Y un dictador no tiene por qué dar cuentas a su pueblo de una paz que no hace. Ni siquiera tiene por qué rendir cuentas de los muertos. ¿Quién ha sabido jamás cuántos soldados egipcios han muerto en las dos últimas guerras? Sólo las madres, las hermanas, las esposas, los parientes que no les han visto volver. Los dirigentes no se preocupan ni de saber dónde están sepultados, ni si están sepultados. Nosotros, en cambio…
Soldados egipcios en el Sinaí 
Cada muerte, para nosotros, es una tragedia. A nosotros no nos gusta hacer la guerra, ni siquiera cuando la ganamos. Después de la última no había alegría en nuestras calles. No había bailes, ni cantos, ni fiestas. Y hubiera tenido que ver a nuestros soldados que regresaban victoriosos. Eran, cada uno de ellos, el vivo retrato de la tristeza. No sólo porque habían visto morir a sus hermanos sino porque habían tenido que matar a sus enemigos. Muchos se encerraban en su habitación y no volvían a hablar. O, a veces, abrían la boca para repetir como una cantinela: “He tenido que disparar. He matado”. Precisamente lo contrario que los árabes. Después de la guerra ofrecimos a los egipcios un intercambio de prisioneros. Setenta de los suyos por diez de los nuestros. Contestaron: “Pero los vuestros son oficiales, los nuestros son fellahin. Imposible”. Fellahin, campesinos. Temo…”


A la paz con los árabes sólo se podría llegar a través de una evolución por su parte, que incluyera la democracia

¿Quién ha sabido jamás cuántos soldados egipcios han muerto en las dos últimas guerras? Sólo las madres, las hermanas, las esposas, los parientes que no les han visto volver

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